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vapor mientras sonreí complacido, me puse de pie,
restriegue las manos y froté con vigor mis piernas
entumecidas mientras taconeaba el suelo
para entrar en calor. Ella debió oír mis movimientos
y abrió los ojos con lentitud, la luz del amanecer
que le bañaba el rostro la molestaba. Luego se
desperezó lentamente con la visible incomodidad
del que ha dormido acurrucado en un lecho
de tierra. Allí, a mis pies, ya
totalmente despabilada, me extiendo una mano
para que la ayude a incorporarse.
Posteriormente, sacudió su ropa tratando de
hallarse lo más prolija posible y al
Percatándose de que estaba desdeñada, se
pasó la palma de la mano sobre el
pelo aplastándolo y, aun con el rostro sucio y
manchado con el maquillaje, me miró con más
atención y preguntó
– ¿Usted es de por acá?
– ¡Sí!
– Es que usted parece haber salido de
una estampa de otro tiempo, no solo por su forma
de vestirse, sino también por su impronta ante el
peligro.
Ambos hicimos silencio y un momento
después ella agregó con marcada curiosidad
— ¿Vive cerca de aquí?
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