Page 7 - Edición Marzo Mes de la Mujer - Mandrágora
P. 7
En determinado momento de esa semana, sentí que quizás valía la pena
aventurarse, era solo un mensaje, no iba a pasar nada que yo no
permitiese. Le di mil vueltas al asunto y mi estómago palpitaba. Dentro
de mi pecho había una tentación que daba saltitos de escorpión,
pinchándome el corazoncito herido. Qué bien que se sentía; así que
contesté:
—Hola.
Un hola suave, sin presiones ni expectativas.
Segundos después, llegó a la pantalla de mi celular una foto de su torso
desnudo, una pieza maravillosa, inconcebible, ¿quién hacía eso? ¿Cómo
se le ocurría? Perfección en ese par de pectorales tatuados. La belleza
del desconocido parecía sacada de una revista. ¡Qué confusión!
—¿Eres tú? —le pregunté.
En vez de contestar me envió otra foto más provocativa, que mostraba
más abajo, no aquello, casi. La boca, me fijé en su boca porque era
bella, perfecta, anulaba la esculturalidad de su cuerpo: una boca
dibujada como para correr, buscarla y besarla. Se lo dije, al fin y al
cabo, no tenía nada que perder, ¿cierto? Este era un hombre que
posiblemente no iba a conocer nunca. En menos de un minuto llegó a
mi noble y discreto celular, una imagen de su pene, fue duro para mí y
el pene también. Esto de las tecnologías sexuales estaba resultando
novedoso y devastador, de hecho. No supe qué decir, así que no
contesté más.
Irónicamente los días pasaban, ya no desapercibidos. El pene de un
joven estaba en mi mente y en mi teléfono, como nada tan rotundo en
muchísimo tiempo. ¿Cómo pudo ese tipo de obscenidad obnubilar mi