Page 10 - Edición Marzo Mes de la Mujer - Mandrágora
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Pepe: nunca vas a entender nada.
Yo hablo con fervor, así sean los peores relatos o frases o palabras de
la historia del lenguaje. Me excita contar todo lo que me ha pasado y
lo que seguramente no me va a pasar. Inventarme historias para
asombrar, hablar para provocar, bla, bla, bla. Sí, eso. Cada vez que
Chico me mandaba una de sus fotos, cada vez más pornográficas, me
empeñaba en mandarle frases que yo consideraba interesantes. Versos,
palabras rebuscadas, que me ayudaban a bajar las revoluciones de las
fotos/pene. Él empezó a hablar también, y, claro, las palabras
intimidaban más a la larga.
20 de enero: me empeñé en verme bien, con todos los implementos
que eso implicaba: olores, colores y tacones, peinado, aretes y rubor,
labios rojos, rasurada y manicure, con mis piernas desnudas. A punto
de sentirme amada por un desconocido, en ese momento no existía en
el mundo una sensación más seductora.
Yo estaba pidiendo mi vaso de leche en el bar del restaurante cuando
sonó el teléfono, era él, que estaba afuera, una sonrisa de medio lado
iluminó mi cara. Esa noche, en ese restaurante, estaban todos, los
míos, todos, y otros. Entre ellos, un hombre que siempre me había
llamado la atención, se acercó para darme un tabaco que se aspiraba
por la nariz y que te dolía toda la frente cuando lo hacías; con afanes
de coquetería había dejado a su novia en otra mesa para sentarse
conmigo, diciendo que «esas» mujeres cómo jodían, «esas». ¿Yo fui
de «esas»? ¿Soy «esas»? ¿Cómo joden? Supongo que lo dijo sin
pensar en lo absurdo que se escucharía, porque en realidad lo odié. Yo
solo pensaba en Chico, que me había mandado fotos de su pene en
primera resolución, en su afán por conquistarme. Audaz en medio de
todo. Salí a buscar a Chico, con el vaso de leche en una mano y un
tabaco en la otra.