Page 8 - Edición Marzo Mes de la Mujer - Mandrágora
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mente y sacarme de un estado neutro a uno concupiscente, incierto,
atractivo, volátil, inestable? Mi cara era otra, en el espejo yo leía a otra
mujer.
Los conocidos, al saludarme, descifraban algo distinto en mí, porque el
comentario general era: ¡Cómo has cambiado! ¿Qué te has hecho? Y
eso no era más que eso, un pene nuevo. Solo un pene en mi celular.
Dado que no le contesté por mi mojigata manerita de hacer las cosas,
asumí que entendió y pocos días después mandó una foto de su cara,
bella cara; a lo que respondí con una foto de mi cara, no tan bella, pero
alegre, para, eventualmente, seguir recibiendo vergazos y desnudeces.
¿Me gustaba eso?
¿En serio?
Podría ser.
Resultó que sí, he sido una depravada. A esas alturas de la vida me vine
a enterar y no tenía la menor idea de aquel detalle. Una enferma ansiosa
y deseosa sin miedo. Me encontré con el erotismo de una manera tan
brutal, que resultó ser un golpe, una estampida. Empecé a leer lo más
obsceno solo para provocarme ese vacío en la entrepierna. Películas
pornográficas de toda época y cultura, colección de canciones con
ritmos sensuales para masturbarme en cadencia donde fuera que me
placía. Todo eso de una semana a otra, así nomás. Pasar de la sequedad
mortal a la humedad desesperante. Mi respuesta fue la edad, debía ser la
edad.
Un nuevo ginecólogo, que gracias a la vida no era el doctor Guzmán,
me dijo que eran etapas. «Todo pasa, muñeca», me dijo; «estate quieta,
no abuses de lo impúdico, eso siempre trae malas consecuencias». Me
reí porque no era lo que yo buscaba. Lo único que yo quería era