Page 9 - Edición Marzo Mes de la Mujer - Mandrágora
P. 9

llenarme  de  amantes,  probar  el  amor  con  todos.  Digo  amor,  porque,

              aunque la depravación fuera el fin, uno no podía tener sexo sin amor,

             ¿o sí? Creería que no, y no hablo de amar eternamente, sino en ese rato,

             con  todo.  Esa  entrega  verdadera  sin  mucho  peso,  sin  ataduras.  Amar

             hasta morir. Amar, amar, amar, amar, ese era el único plan. Sí. Sostengo
             firmemente  que  deberíamos  estar  solos,  amarnos  en  el  medio,

             deshabitados, no te asustes con eso de amarnos, ¿no se llama así? ¿Ah,

             no? De repente permanecías dentro de mí sonriendo y mirándome a los

             ojos, cuando estaba a punto de estallar en un extraño llanto que no era

             de pena, y por eso lo llamé amor, entonces, ¿sí? ¿Lo podemos llamar
             así?  Desconozco  tu  procedencia,  podría  morir  en  tus  brazos  y  en  tu

             silencio, en tu nombre. ¿No sé quién eres, y eso importa mucho? ¿Ah,

             sí? ¿Así? El que sabe pierde, pierde, pierde; y yo no quiero perderte.

             Necesito tus brazos de armadura. Lo que conozco es miserable. Lo que

             sé, desaparece con un beso tuyo, ¿ah, sí? No quiero saberte, te quiero
             conmigo.




             Con Pepe yo tenía claro que todo se desmoronaba; es más, lo veía como

             el  impedimento  a  mi  nuevo  sentir  y  el  miedo  de  decírselo.  Contarle

             estas cosas no era tan fuerte como mi desesperación por salir corriendo,
             volar y sentir el viento, escuchar música nueva. Sí, eso, la desesperación

             por  nuevas  tonalidades,  canciones  que  podrían  elevarme  más.  Sí,  los

             sonidos  empezaron  a  recobrar  sentido,  como  en  la  adolescencia,  una

             melodía podía ruborizarme más que la presencia misma de lo amado.

             «Canciones», palabra simple para tanto exorcismo. No le tenía miedo, sí

             odio, resentimiento, agobio. La verdad, me era muy difícil disimularlo.

             Cuando le comenté algo de mis incomodidades, él puso esa cara de que
             yo estaba un poco tonta, un poco loca, y preguntó si había bebido. Él

             pensaba  que  éramos  felices,  ¿felices?  Nada  de  eso.  Entonces  me  dijo

             que quizás no felices, pero que «no era tan malo». Frase que retumbaba

             dentro  de  mí  todos  los  días.  «No  era  tan  malo».  Yo  que  quería

             desvanecerme en amor. «No era tan malo», resultaba lo más malo de lo
             malo.
   4   5   6   7   8   9   10   11   12   13   14