Page 327 - ANTOLOGÍA POÉTICA
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parido el asombro de la indefinida cadena de las generaciones. Se afirmaba que,
volando uno junto a otro como dos cóndores de los Andes, les gustaba planear, en
círculos concéntricos, por las capas de las atmósferas contiguas al sol; que se nutrían, en
esos parajes, de las más puras esencias de la luz; pero que sólo con dolor se decidían a
desviar la inclinación de su vuelo vertical hacia la despavorida órbita por la que gira el
globo humano en pleno delirio, habitado por espíritus crueles que se inmolan
mutuamente en los campos donde ruge la batalla (cuando no se matan, pérfidos,
secretamente, en el centro de las ciudades, con el puñal del odio o la ambición), y que se
nutren de seres tan llenos de vida como ellos, aunque colocados unos peldaños más
abajo en la escalera de las existencias. O, cuando tomaban la firme resolución, para
incitar a los hombres al arrepentimiento con las estrofas de sus profecías, de nadar,
dirigiéndose a grandes brazadas hacia las regiones siderales por las que se movía un
planeta en medio de las espesas exhalaciones de avaricia, de orgullo, de imprecaciones
y de risa sarcástica que se desprendían, como vapores pestilentes, de su horrenda
superficie, y parecía pequeño como una bola, siendo casi invisible por la distancia, no
dejaban de encontrar ocasiones para arrepentirse amargamente de su benevolencia,
desconocida y despreciada, e iban a ocultarse en el fondo de los volcanes, para
conversar con el vívido fuego que borbotea en las cubas de los subterráneos centrales, o
en el fondo del mar, para descansar placenteramente su desilusionada vista en los más
feroces monstruos del abismo, que les parecían modelos de dulzura comparados a los
bastardos de la humanidad.”
“Entonces, apesadumbrados por su infructuosa tentativa, en medio de las estrellas que
se apiadaban de su dolor y bajo la mirada de Dios, el ángel de la tierra y el ángel del
mar se besaban llorando...”
“No hablábamos. ¿Qué pueden decirse dos corazones que se aman? Nada. Pero nuestros
ojos lo expresaban todo.”
“Nuestros corceles reducen la velocidad de sus cascos de bronce; sus cuerpos tiemblan
como el cazador sorprendido por una manada de pecaríes. No deben ponerse a escuchar
lo que decimos. A fuerza de atención, su inteligencia se desarrollaría y tal vez pudieran
comprendernos. ¡Ay, de ellos, pues sufrirían más! En efecto, piensa tan sólo en los
jabatos de la humanidad: el grado de inteligencia que los separa de los demás seres de la
creación parece haberles sido concedido, sólo, al precio irremediable de incalculables
sufrimientos.”
¿Sabíais que el Creador... se emborrachaba? ¡Piedad para ese labio mancillado en las
copas de la orgía! El erizo, al pasar, le hundió sus púas en la espalda y dijo: «Ahí tienes
eso. El sol está en la mitad de su carrera: trabaja, holgazán, y no te comas el pan de los
otros. Espera y verás si llamo a las cacatúas de ganchudo pico.» El picoverde y la
lechuza, al pasar, le hundieron todo el pico en el vientre y dijeron: «Ahí tienes eso.
¿Qué pretendes hacer en esta tierra? ¿Has venido a ofrecer tan lúgubre comedia a los
animales? Pero ni el topo, ni el casoar, ni el flamenco te imitarán, te lo juro.» El asno, al