Page 325 - ANTOLOGÍA POÉTICA
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“Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. ¡Oh!, qué dulce resulta, entonces,
                  arrancar  brutalmente del lecho a un niño que nada tenga todavía sobre el labio superior
                  y  con  los  ojos  muy  abiertos  simular  que  se  pasa  suavemente  la  mano  por  su  frente,
                  echando hacia atrás sus hermosos cabellos. Luego, de pronto, cuando menos lo espera,
                  hundir las largas uñas en su tierno pecho, cuidando de que no muera; pues si muriese,
                  no se tendría más tarde el espectáculo de sus miserias. A continuación, se bebe la sangre
                  lamiendo  sus  heridas,  y  durante  ese  tiempo,  que  debiera  ser  largo  como  larga  es  la
                  eternidad, el niño llora. Nada es mejor que su sangre extraída como acabo de explicar y
                  caliente todavía, salvo  sus  lágrimas,  amargas  como la sal.  Hombre, ¿no has  probado
                  nunca el sabor de tu sangre cuando, por azar, te has cortado un dedo? Qué buena es,
                  ¿verdad?; pues no tiene gusto alguno. Además, ¿no recuerdas haberte llevado un día,
                  entre lúgubres reflexiones, la mano, como profunda copa, a tu enfermizo rostro mojado
                  por lo que de tus ojos caía; mano que luego se dirigió fatalmente a tu boca, para beber a
                  largos tragos, en esta copa, temblorosa como los dientes del alumno que mira de soslayo
                  a quien nació para oprimirle, las lágrimas? Qué buenas son, ¿verdad?, pues tienen el
                  sabor del vinagre. Diríanse las lágrimas de la que más ama, pero las lágrimas del niño
                  tienen mejor paladar. Él no traiciona, al no conocer todavía  el  mal:  la  que más  ama
                  acaba traicionando tarde o temprano”


                   “Plegue al cielo que su nacimiento no sea una calamidad para su país que le ha arrojado
                  de su seno. Va de lugar en lugar, aborrecido por todos. Unos dicen que le abruma una
                  especie de locura original desde su infancia. Otros creen saber que es de una crueldad
                  extrema  e  instintiva,  de  la  que  él  mismo  se  avergüenza,  y  que,  por  ello,  sus  padres
                  murieron de dolor. Uno pretende que en su juventud le afrentaron dándole un apodo,
                  que permaneció inconsolable ya, el resto de su existencia, porque su dignidad herida vio
                  en ello una prueba flagrante de la maldad de los hombres, que aparece en los primeros
                  años para ir aumentando luego. Ese apodo era: el vampiro.

                  Oigo, a lo lejos, gritos prolongados del más punzante dolor.


                   —Añaden que días y noches, sin tregua ni reposo, horribles pesadillas hacen que mane
                  sangre de su boca y sus orejas; y que los espectros se sientan a la cabecera de su cama
                  para arrojarle a la cara, impulsados a su pesar por una fuerza desconocida, unas veces,
                  con voz suave; otras, con voz semejante a los rugidos de los combates, con implacable
                  persistencia,  ese  apodo  siempre  vivaz,  siempre  horrendo,  y  que  sólo  perecerá  con  el
                  universo. Algunos han afirmado, incluso, que el amor le ha reducido a ese estado, o que
                  tales gritos son prueba de su arrepentimiento por algún crimen sepultado en la noche de
                  su misterioso pasado. Pero la mayoría piensa que le tortura un orgullo inconmensurable,
                  como antaño a Satán, y que quisiera igualar a Dios... “


                                            Fragmentos del Segundo Santo




                  “Conozco al Todopoderoso... y también él debe de conocerme. Si, por azar, caminamos
                  por el mismo sendero, su penetrante vista me divisa a lo lejos: toma un camino
                  transversal para evitar el triple dardo de platino que la naturaleza me concedió como
                  lengua. Tendrás la amabilidad, ¡oh!, Creador, de permitir que explaye mis sentimientos.
                  Manejando las terribles ironías, con mano firme y fría, te advierto que mi corazón
                  contendrá bastantes para atacarte hasta el fin de mi existencia. Golpearé tu huero
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