Page 326 - ANTOLOGÍA POÉTICA
P. 326

armazón, pero con tanta fuerza que me comprometo a hacer salir de él las restantes
                  parcelas de inteligencia que no has querido dar al hombre, porque hacerle igual a ti te
                  habría dado celos, y que habías ocultado, desvergonzadamente, en tus tripas, bandido
                  artero, como si no supieras que un día u otro yo iba a descubrirlas con mi ojo siempre
                  abierto, iba a tomarlas y a compartirlas con mis semejantes.”




                   “—¿En qué piensas, niño?

                  —Pensaba en el cielo.


                  —No es necesario que pienses en el cielo; bastante es ya pensar en la tierra. ¿Estás
                  cansado de vivir cuando apenas acabas de nacer?

                  —No, pero todo el mundo prefiere el cielo a la tierra.

                  —Pues bien, yo no. Ya que, si el cielo, como la tierra, fue creado por Dios, ten por
                  seguro que encontrarás allí los mismos males que aquí abajo.”




                  “-Si uno de tus camaradas te ofendiera, ¿no te sentirías feliz matándole?

                  —Pero está prohibido.


                  —No tan prohibido como crees. Se trata, sencillamente, de no dejarse coger. La justicia
                  que aportan las leyes no vale nada; lo que cuenta es la jurisprudencia del ofendido. Si
                  detestaras a uno de tus camaradas, ¿no te sentirías desdichado pensando que, en todo
                  instante, ibas a tener ante tus ojos su pensamiento?


                  —Es cierto.”




                  “-¿Deseas riqueza, hermosos palacios y gloria?, ¿o me engañaste cuando afirmabas tan
                  nobles pretensiones?


                  —No, no, no os engañaba. Pero, quisiera adquirir por otros medios lo que deseo.

                  —Entonces, no obtendrás nada. Los medios virtuosos y bonachones no llevan a parte
                  alguna.”


                  Fragmentos del Tercer Canto

                  Los más viejos saqueadores de pecios fruncían el ceño con aire grave, afirmando que
                  ambos fantasmas, la envergadura de cuyas negras alas todos habían observado durante
                  los  huracanes,  por encima de los  bancos  de arena y los  escollos,  eran el  genio  de la
                  tierra  y el  genio  del  mar que paseaban su  majestad por los  aires  durante las grandes
                  convulsiones de la naturaleza, unidos por una amistad eterna cuya rareza y gloria han
   321   322   323   324   325   326   327   328   329   330   331