Page 315 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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304         Parte III.—Textos: Amr, 83, 84, 85
        de su habitación sin su licencia y tan sólo para hacer lo que él le en-
        cargue. Debe también reprenderle cualquier tropiezo en que incurra,
        sin perdonarle jamás ningún mal paso, pues si eso hace, no cumple los
        deberes del cargo que desempeña, sino que más bien es como el imam
        o jefe religioso que encubre los vicios de sus súbditos, en vez de ha-
        cerles cumplir lo que reclama el servicio de su Señor. Por eso el Pro-
        feta decía: "A todo aquel cuyas acciones deshonestas nos son denun-
        ciadas, le imponemos el castigo." Sigúese de aquí que también el no-
        vicio está obligado a no ocultarle al maestro absolutamente nada de lo
        que  le venga a las mientes, ni de los cambios espirituales que a su
        alma le ocurran.
          El que no sea médico experto, capaz de conocer distintamente
       los medicamentos simples de las plantas y raíces y su composición
       para hacer las medicinas, es seguro que matará al enfermo. Pero la
       ciencia,  sin experiencia, de nada  sirve;  es indispensable saber  las
        cosas de cierto, con la certeza que da la visión. ¿Acaso no ves que si
        el herbolario o farmacéutico tiene el propósito de matar al enfermo,
        aunque el médico le explique bien la droga que desea y le exija que se
        la confeccione, siempre resultará que, no conociendo el médico por ex-
       periencia propia aquella droga, aunque sea muy sabio, podrá darle el
       herbolario una pócima mortal [84] para el enfermo y decirle, no obs-
       tante, que es la droga recetada por él, y así el médico se la propinará
       al enfermo,  el cual morirá, y el crimen de su muerte será imputable a
       la vez al médico y al herbolario? Porque era deber del médico no pro-
       pinar al enfermo, sino aquella medicina que él personalmente conociese
       de visu y en concreto. Pues de igual manera,  el maestro de espíritu,
       si no es hombre de experiencia mística, si conoce el camino espiritual
       tan sólo por haberlo aprendido en los libros y de los labios de los
       hombres, será su magisterio mortal para quien le siga, cuando se de-
       dique a educar novicios buscando únicamente  el prestigio del rango
       de maestro, puesto que ignorará de dónde viene el discípulo y adonde
       va. Debe, por tanto, poseer el maestro de espíritu la ciencia religiosa
       de los profetas,  la habilidad terapéutica de los médicos y las dotes
       políticas de los reyes. Sólo entonces se puede llamar maestro.
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