Page 317 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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306          Parte III.—Textos: Amr , 85, 86
        les alusiones místicas están fuera del alcance de la inteligencia huma-
        na, en cuanto a la capacidad de ésta para razonarlas, no en cuanto
        a su capacidad para aceptarlas o admitirlas (1). No queda, pues, otro
        camino que la revelación divina. Ahora bien, al que refiere aquello que
        con sus propios ojos ha visto y contemplado, no cabe que el oyente le
        discuta lo que él está contando, sino que, antes bien, debe asentir a lo
        que oye,  si es un novicio que desea seguir el camino, y resignarse a
        guardar silencio, si es un profano, pues si el novicio no cree que es ve-
        rídico  el maestro en lo que le refiere, está perdido. Por eso, cuando
        veas que un maestro permite que  el novicio  le pida demostraciones
        teológicas y filosóficas de las cuestiones tratadas, sin reprenderle por
        ello ni reprochárselo, es que ese maestro traiciona al discípulo en su
        educación, porque  el novicio no debe hablar más que de  lo que  é!
        mismo con sus propios ojos vea y contemple experimentalmente, y en
        materia de pruebas o razonamientos debe guardar silencio, porque le
        está vedado el razonar y toda especulación le es peligrosa. Todo maes-
        tro que abandone a su novicio en semejante estado de libertad, es que
        no lo dirige, es que trabaja por perderlo, es que redobla sus velos, es
        que se ocupa en alejarlo de la puerta de su Señor. Si, pues, el maestro
        ve que el novicio se siente inclinado al empleo de su razón discursiva
        en los problemas especulativos y que no se resigna a seguir la opinión
        del maestro en lo que éste  le explica,  lo mejor que puede hacer es
        expulsarlo de su casa, pues de lo contrario corromperá al resto de sus
        discípulos, sin salvarse él a sí propio. Los novicios, en efecto, son es-
        posos de Dios, clausurados como huríes en los pabellones celestia-
        les (2) y con los ojos apartados de todo punto de mira que no sea el
        blanco único hacia el cual su maestro los dirija. Por eso, si el maestro
        advierte que ha perdido ascendiente en  el corazón de alguno de sus
        novicios, debe expulsarlo de su casa, para el mejor régimen del novi-
        ciado, pues ese novicio será  el mayor de sus enemigos. Ya lo dijo  el
        poeta:

          (1)  Cfr. Asín, Caracteres generales de su sistema,  § G.
          (2)  Alusión al texto del Alcorán, LV, 72.
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