Page 319 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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308          Parte III.—Textos: Amr, 86, 87
        no logra esa fuerza espiritual para conservar  la presencia de Dios,
        más que persistiendo habitualmente en este ejercicio, es decir, elimi-
        nando del interior del espíritu todo lo que no es Dios. Por eso, asi-
        mismo, vuelve el alma al estado contrario, por la fuerza también de la
        costumbre. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la costumbre del esta-
        do contrario se siente ayudada por la inclinación de la naturaleza que
        es innata en el alma. De modo que si el maestro no echa de menos y
        añora aquel estado de la presencia de Dios y no lo vuelve a buscar
        cada día por medio del ejercicio que sabe le proporciona su posesión
        estable, se engaña del todo, porque la costumbre lo esclavizará y la
        inclinación natural  lo arrastrará, y  así, cuando quiera luego entrar
        una hora en la soledad, habrá perdido la familiaridad con Dios y en-
        contrará  la desolación. Eso mismo  le sucederá con  el estado de  la
        abnegación de la voluntad en Dios y con el de la humildad y con todos
        los demás estados que el alma puede adquirir y que todavía no ha co-
        menzado a poseer, porque todos ellos desaparecen rápidamente. Maes-
        tros hemos visto que así han decaído. Pidámosle a Dios para ellos y
        para nosotros la salud  espiritual. Dios mismo dice (Alcorán, LXX,
        19-21): "El hombre ha sido creado ávido: abatido, cuando la desgra-
        cia le afecta; insolente, cuando el bien le acaece." En este versículo
       se resumen todas las vilezas del alma y se explica también que las
       virtudes, aunque las puede adquirir, no le son naturales e innatas. La
       vigilancia, pues, es muy necesaria para conservarlas.
          Cuando el novicio le describa al maestro una visión que haya vis-
       to en sueños [87], una revelación que Dios le haya comunicado o una
       contemplación que haya tenido, es deber del maestro no hablar de ello
       en manera alguna, sino, antes bien, imponer al novicio la práctica de
       aquellos ejercicios que sean aptos para apartar de su alma los daños
       espirituales, los velos, que en tales visiones laten, y para elevarlo a un
       grado más alto de perfección. Si  el maestro conversa con  el novicio
       sobre lo que éste le ha comunicado, le perjudicará con ello, porque su
       alma perderá el respeto que tiene al maestro, en la misma medida en
       que éste lo trate familiarmente, y cuanto menos respeto le tenga, más
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