Page 387 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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376 Parte [ I I.—Textos: Cunh, 51, 54
[9.°—MANSEDUMBRE]
[51] Cuida bien de reprimir la ira, que la mansedumbre es indicio
de grandeza de alma. Si reprimes tu ira, agradarás al Misericordioso
y encolerizarás a Satanás; domeñarás tu alma y la refrenarás; a la vez,
infundirás la alegría en el corazón del prójimo, contra el cual no te en-
colerizaste ni le castigaste por su mala acción; y eso será un enérgico
estímulo para su alma, que le hará volver a su deber, a lo que pide la
equidad, a confesar que te maltrató injustamente. Hasta puede muy
bien ser que su conducta tenga explicación que la justifique, y así te
ponga en la situación de acogerlo amablemente. Obra así, pues, que
ya te lo encontrarás en tu balanza el día del juicio. Viene después
otra ventaja de la mansedumbre, que es la mayor y engendra en el
alma inmensa alegría, a saber: que si reprimes tu ira, tampoco te cas-
tigará Dios por las acciones que hayas cometido y que provocan su
cólera; en efecto, como tú refrenas la cólera que te produjo la ofen-
sa del prójimo, Dios te premia esa buena acción perdonándote. ¿Cabe
sacar acaso mayor fruto de tu misericordia para con el prójimo y de
la paciencia con que has soportado su ofensa y refrenado tu ira? Lo
mismo que Dios quiere que tú hagas con tu prójimo, quiere también
hacer El contigo. Esfuérzate, pues, por lograr esta virtud, cuya he-
rencia es la caridad en los corazones de los hombres. El Profeta nos
manda que nos amemos unos a otros. Y la mansedumbre es la más
excelsa de las causas que conducen al amor perfecto.
[ 10."—MEDITACION DE LA MUERTE]
[54] Debes desatar de tu corazón el nudo de la pertinacia en el
pecado; pero esto no lo conseguirás, si no es diciéndole a tu alma, des-
pués de emitir una respiración: "¡Oh alma!, el aliento que te haya de
venir tras éste ¿vendrá o no vendrá? Quizá mueras en esta respiración,
adherida contumaz al mal, y al que muere contumaz en el pecado, Dios
le tiene reservados castigos tales y tantos, que ni los montes más fir-
mes los podrían soportar. ¿Cómo, pues, los soportará quien es tan en-