Page 160 - Confesiones de un ganster economico
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                        abierta. Sin duda mi conciencia me incitaba a salir, pero aquel otro lado de mi
                        personalidad, o lo que me gustaba llamar la máscara formada en la escuela de
                        administración empresarial, no estaba tan seguro. Yo también tenía un imperio en
                        expansión y sumaba empleados, países y títulos bursátiles a mis diversas carteras y a
                        mi amor propio. Aparte de las seducciones del dinero y del tren de vida lujoso, estaba
                        la adrenalina, el erotismo del poder. Con frecuencia recordaba la advertencia de
                        Claudine: cuando se entraba en eso, era para toda la vida. Paula, naturalmente,
                        desdeñaba esa sentencia:
                           — ¡Qué sabrá ella!
                           Señalé cómo Claudine había acertado en muchas cosas.
                           —  De eso hace mucho tiempo. Las vidas cambian. Y por otra parte, ¿en
                        qué consiste la diferencia? Estás descontento contigo mismo. ¿Puede
                        haber algo peor, venga de Claudine o de quien venga?
                           Paula volvió muchas veces sobre el asunto y al fin tuve que darle la razón. Le
                        confesé a ella y me confesé a mí mismo que el dinero, la aventura y el brillo ya no
                        justificaban la zozobra, los remordimientos y el estrés. Como socio principal de MAIN
                        me estaba haciendo rico y sabía que, si tardaba mucho en decidirme, quedaría
                        atrapado definitivamente.
                           Cierto día mientras paseábamos por la playa cerca del viejo fuerte español de
                        Cartagena, plaza atacada infinidad de veces por los piratas de otros tiempos, Paula me
                        propuso un planteamiento que a mí no se me había ocurrido.
                           — ¿Y si nunca dices nada de lo que sabes? —preguntó.
                           —¿Quieres decir... que me calle?
                           —Exacto. No darles una excusa para ir por ti. O mejor dicho, darles buenos
                        motivos para que te dejen en paz, para no remover las aguas.
                           Era bastante sensato y me extrañó que no se me hubiese ocurrido. Renunciaría a
                        escribir libros, a contar la verdad de lo que estaba viendo. No emprendería ninguna
                        cruzada, sino que me dedicaría a mi vida privada, a pasarlo bien, a viajar sólo por
                        placer. Y tal vez incluso a formar una familia con una persona como Paula. Estaba
                        harto. Simplemente quería dejarlo todo.
                           —Todo lo que te enseñó Claudine es un engaño —continuó Paula—. Tu vida es
                        una gran mentira.
                          Sonrió, condescendiente, y agregó:
                           —¿Has leído tu propio curriculum últimamente?
                           Confesé que no.
                           —Hazlo —me aconsejó ella—. El otro día leí la versión en español. Si el texto inglés
                        dice lo mismo, creo que te parecerá muy interesante.























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