Page 157 - Confesiones de un ganster economico
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partido y asumían las consecuencias.
—Cada día aborrezco mi trabajo un poco más — dije.
—¿Tu trabajo? — Ella me tomó de la mano. Nos mirarnos y entendí la insinuación.
—A mí mismo.
Ella me apretó la mano y asintió lentamente. Sólo con haberlo confesado sentí un
alivio inmediato.
—¿Qué piensas hacer, John?
No tenía respuesta. Del alivio pasé a una actitud defensiva. Balbucí las
justificaciones acostumbradas: que trataba de hacer algo bueno, que estudiaba la
manera de cambiar el sistema desde dentro, y —el viejo tópico — que, si lo dejaba, se
encargaría de la misma faena otro peor que yo. Pero adiviné, por la manera en que me
miraba, que no se creía ni media palabra. Peor aún: yo tampoco me creía una palabra.
Paula me obligó a captar la verdad esencial: la culpa no era de mi trabajo, sino mía.
—Y tú, ¿qué me dices? ¿Tú qué crees?
Ella exhaló un breve suspiro y soltó mi mano.
—¿Tratando de cambiar de conversación?
Asentí.
—Bien, pero bajo una condición. Que la reanudaremos otro día.
Tomó una cucharilla y fingió inspeccionarla.
—Sé que algunos guerrilleros han recibido instrucción en Rusia y en China.
Sumergió la cucharilla en su café con leche, lo removió y luego la sacó y la chupó
lentamente.
—¿Qué otra cosa pueden hacer? Necesitan aprender a manejar las armas
modernas, a luchar contra los soldados que han pasado por vuestras academias. A
veces venden cocaína para conseguir dinero con que aprovisionarse. ¿Cómo conseguir
armas, si no? Luchan con una desventaja terrible. Vuestro Banco Mundial no los
ayuda a defenderse. Mejor dicho, los obliga a adoptar esa postura —tomó un sorbo de
café—. Creo que pelean por una causa justa. La electricidad beneficiará a unos pocos,
a los colombianos más ricos, pero otros miles morirán porque las aguas y los peces
van a quedar envenenados cuando hayáis construido vuestro embalse.
Se me puso la carne de gallina al oír que se ponía de parte de la gente que luchaba
contra nosotros... contra mí. Me clavé los dedos en los antebrazos.
—¿Cómo sabes tanto de la guerrilla? —Pero apenas lo hube dicho tuve una
sensación como de desmayo, o como un presentimiento de que no deseaba escuchar la
respuesta.
— Algunos de ellos han sido compañeros míos en el colegio — dijo ella,
y después de un titubeo apartó la taza y dijo—: Mi hermano se ha unido
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