Page 153 - Confesiones de un ganster economico
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                        artículos que compra Estados Unidos —el café, los plátanos, los productos textiles, las
                        esmeraldas, las flores, el petróleo y la cocaína — y un mercado para los bienes y los
                        servicios que ofrecemos.
                          Uno de los servicios más importantes que hemos vendido a Colombia durante la
                        última parte del siglo xx es nuestra experiencia en ingeniería y construcción.
                        Colombia fue un caso típico, entre los muchos lugares donde he trabajado. Resultaba
                        relativamente fácil demostrar que el país era capaz de soportar ingentes volúmenes de
                        deuda, y de amortizarla con los beneficios que aportasen tanto los proyectos mismos
                        como los grandes recursos naturales de su territorio. Mediante fuertes inversiones en
                        redes eléctricas, autovías y sistemas de telecomunicación, Colombia quedaría en
                        condiciones de emprender la explotación de sus cuantiosos recursos gasísticos y
                        petrolíferos y de sus regiones amazónicas apenas utilizadas todavía. Estos proyectos, a
                        su vez, generarían las rentas necesarias para pagar los intereses y devolver los
                        préstamos.
                          Todo esto, según la teoría. En la práctica, y en coherencia con nuestro verdadero
                        propósito en el mundo, se trataba de someter a Bogotá y ampliar el imperio global. Mi
                        misión, lo mismo que en tantas otras ocasiones, consistía en argumentar la necesidad
                        de unos créditos abultadísimos. En Colombia no se contaba con ningún Torrijos. Por
                        consiguiente, consideré que no me quedaba más salida que presentar predicciones
                        exageradas de crecimiento de la economía y de la carga eléctrica.
                          Salvo algunos brotes de remordimiento por lo de mi trabajo, Colombia se convirtió
                        en un refugio personal para mí. Ann y yo habíamos pasado un par de meses allí a
                        comienzos de la década de 1970, e incluso habíamos depositado una fianza para la
                        compra de un pequeño cafetal situado en las montañas cercanas a la costa caribeña.
                        Creo que durante los días que estuvimos juntos nos hallamos más cerca que nunca de
                        curar las antiguas heridas infligidas en los años precedentes. Sin embargo, al fin
                        llegamos a la conclusión de que eran unas heridas demasiado profundas y nuestro
                        matrimonio estaba ya deshecho cuando llegué a conocer el país más a fondo.
                           Durante esa década, MAIN había sido el adjudicatario de una serie de contratos
                        para desarrollar varios proyectos de infraestructura que incluían una red de centrales
                        hidroeléctricas así como la red de transporte para llevar la electricidad desde las
                        profundidades de la selva hasta las ciudades de la región montañosa. Se me asignó un
                        despacho en la ciudad costera de Barranquilla. Y fue allí donde conocí, en 1977, a una
                        bella colombiana que llegó a ser la causante de importantes cambios en mi























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