Page 156 - Confesiones de un ganster economico
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                        comunicado.
                           «Nosotros, los que trabajamos a diario para sobrevivir, juramos por la sangre de
                        nuestros antepasados que jamás permitiremos embalses sobre nuestros ríos. No somos
                        más que sencillos indios y mestizos, pero preferimos morir antes que contemplar
                        cómo inundan nuestras tierras. Una advertencia para nuestros hermanos colombianos:
                        no trabajéis más para las constructoras.»
                           Dejó el periódico a un lado.
                           —¿Y qué le dijiste?
                           Me detuve a pensarlo, pero sólo fue un instante.
                           — No tenía elección. He de marcar la línea de la compañía. Le pregunté
                        si le parecía que un campesino sería capaz de escribir un mensaje así.
                           Ella calló, mirándome con paciencia.
                           —  Él se limito a encogerse de hombros. —Nuestros ojos se en
                        contraron—. ¡Ah, Paula! Me aborrezco a mí mismo interpretando este
                        papel.
                           —¿Qué más hiciste? —insistió ella.
                           —Descargar un puñetazo sobre la mesa. Para intimidarlo. Le pregunté si veía lógico
                        que unos campesinos anduviesen por ahí armados con fusiles de asalto. Luego le
                        pregunté si sabía quién había inventado el AK-47.
                           —¿Lo sabía?
                           —Sí, aunque le salió la respuesta apenas con un hilo de voz. «Un ruso», dijo. Claro
                        que sí. Le aseguré que tenía razón, que el inventor había sido un ruso comunista
                        llamado Kalashnikov, un oficial muy condecorado del Ejército Rojo. Le di a entender
                        que los autores del mensaje eran unos comunistas.
                           —¿Tú lo crees así? —preguntó ella.
                           La pregunta me dejó sin palabras. Francamente, ¿qué podía contestarle? Me acordé
                        de Irán y de cuando Yamin me describió como un hombre atrapado entre dos mundos.
                        En cierto modo me habría gustado hallarme en la obra cuando atacó la guerrilla, o ser
                        uno de los guerrilleros. Me invadió un sentimiento extraño. Envidiaba a Yamin, a Doc,
                        a los rebeldes colombianos. Esas eran personas que tenían convicciones. Ellos habían
                        elegido mundos reales, no la tierra de nadie entre los de aquí y los de allá.
                           —Tengo un trabajo con é1 que cumplir.
                           Ella sonrió amablemente.
                           —Lo aborrezco —proseguí.
                           Pensé en los hombres cuyas imágenes había evocado tantas veces durante los
                        pasados años. Tom Paine, los demás héroes de la Independencia, los piratas, los
                        pioneros del Oeste. Ellos no se quedaban flotando entre dos aguas. Sabían el lugar que
                        les correspondía. Tomaban



























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