Page 192 - Confesiones de un ganster economico
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                        que reclamaba la justicia social y, según creían muchos entonces, un posible candidato
                        al premio Nobel de la paz. Y había muerto. «¡Asesinado por la CÍA!», proclamaron una
                        vez más los titulares y los artículos de opinión.
                          En su libro Conociendo al general, escrito a raíz de una visita anterior durante la cual
                        tuvimos aquella conversación en el Hotel Panamá, Graham Greene comienza así:

                            En agosto de 1981 tenía hecho el equipaje para mi quinta visita a Panamá cuando
                            me anunciaron por teléfono la muerte del general Ornar Torrijos Herrera, mi
                            amigo y anfitrión. La avioneta en que se dirigía a su casa de Coclesito, en la
                            región montañosa de Panamá, se estrelló y no hubo supervivientes. Pocos días
                            después, la voz de su guardia de seguridad, el sargento José de Jesús Martínez,
                            alias Chuchu, ex profesor de filosofía marxista en la Universidad de Panamá,
                            profesor de matemáticas y poeta, me anunciaba: «Ese avión llevaba una bomba.
                            Sé que iba una bomba en el avión, pero no puedo revelar a través del teléfono por
                            qué lo sé». 1

                           El mundo entero lloró la muerte de aquel hombre, que se había ganado la
                        reputación de defensor de los pobres y desvalidos. Se alzó un clamor solicitando a
                        Washington una investigación sobre las actividades de la CÍA. Pero tal cosa no iba a
                        ocurrir. Torrijos tenía muchos enemigos y la lista incluía a gentes dueñas de un poder
                        inmenso. Antes de su desaparición le habían manifestado público aborrecimiento el
                        presidente Reagan, el vicepresidente Bush, el secretario de Defensa Weinberger, la
                        junta de jefes de Estado Mayor y los directores generales de muchas empresas
                        poderosas.
                           Los jefes militares norteamericanos estaban especialmente irritados por los
                        artículos del tratado Torrijos-Cárter que les obligaban a cerrar la Escuela de las
                        Américas y el Comando Sur especializado en la guerra tropical, lo cual les planteaba
                        un serio problema. O se encontraba la manera de saltarse las condiciones del tratado o
                        tendrían que buscar otro país dispuesto a acoger aquellas instalaciones, lo que no era
                        empresa fácil en aquellos decenios finales del siglo xx. Quedaba otra opción, por
                        supuesto: eliminar a Torrijos y renegociar el tratado con el sucesor.
                           En el mundo empresarial, Torrijos tuvo por enemigas a las grandes
                        multinacionales,  muchas  de   éstas  estrechamente  vinculadas  a   políticos
                        estadounidenses e interesadas en la explotación de la mano de obra y los recursos
                        naturales de Latinoamérica —el petróleo, la madera, el zinc, el




























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