Page 206 - Confesiones de un ganster economico
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El se arrellanó en su asiento y sonrió, visiblemente más tranquilo.
—Por supuesto, otro libro como ese último, sobre el estrés y cosas así, podría ser
perfectamente aceptable. En ocasiones algo así incluso puede favorecer la carrera de
uno. En tanto que asesor de SWEC, es usted muy dueño de publicar sobre esa clase de
temas. —Y me miró como quedándose pendiente de mi respuesta.
—Es bueno saberlo.
—Sí. Perfectamente aceptable. Ni que decir tiene, por supuesto, que nunca
mencionará usted el nombre de nuestra compañía en sus libros y que no escribirá de
nada que afecte a la naturaleza de nuestros negocios aquí ni a las actividades que
desarrolló usted en MAIN. No aludirá a temas políticos ni a operaciones con la banca
internacional o proyectos de desarrollo. —Me dirigió otra mirada escrutadora—.
Simple cuestión de confidencialidad.
—Ni que decir tiene — le aseguré.
Por un instante mi corazón dio un vuelco y noté otra vez aquella extraña sensación,
la misma que con Howard Parker en Indonesia o mientras recorría la capital de
Panamá con Fidel o tomaba el café con Paula en Colombia. La sensación de haberme
vendido otra vez. Aquello no era un soborno en el sentido jurídico. Era perfectamente
normal y legítimo que una compañía me pagase por incluir mi nombre en su cuadro de
honor, y por requerir mis consejos o mi presencia ocasional en alguna junta. Pero el
motivo real de mi contratación era evidente.
Me ofrecía unos honorarios anuales equivalentes al salario de un ejecutivo.
Aquella misma tarde, sentado en el aeropuerto en una especie de estado de
estupefacción mientras esperaba mi vuelo de regreso a Florida, otra vez me pareció
que me había prostituido. Peor aún, me pareció que había traicionado a mi hija, a mi
familia, a mi país. Y sin embargo, me dije, apenas tenía otra opción. Sabía que, de no
haber aceptado tal soborno, habrían intentado lo mismo con amenazas.
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