Page 210 - Confesiones de un ganster economico
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                        empresas constructoras japonesas. Por lo cual tuvo que sufrir consecuencias
                        devastadoras. Como dice Noriega:

                            Quiero dejarlo bien claro: la campaña de desestabilización lanzada por Estados
                            Unidos en 1986, y que culminó en la invasión de 1989, fue resultado del rechazo
                            estadounidense de cualquier supuesto en que el futuro control del canal de
                            Panamá se transfiriese a manos de un Panamá soberano e independiente, con el
                            apoyo de Japón [...] Mientras tanto, Shultz y Weinberger, escudados en las
                            apariencias de funcionarios que trabajaban por el interés público y explotando la
                            ignorancia popular en cuanto a los poderosos intereses económicos que en
                            realidad representaban, montaban la campaña de propaganda dirigida a
                            liquidarme. 7

                           Toda la justificación oficial de Washington para la operación se centró en su
                        persona. Noriega era el único argumento de Estados Unidos para enviar a sus jóvenes,
                        hombres y mujeres a arriesgar la propia vida y la conciencia en la matanza de un
                        pueblo inocente, incluido un número incontable de niños. Noriega fue descrito como
                        un malvado, un enemigo del pueblo, un monstruo del narcotráfico. Y en tanto que tal,
                        suministraba a la administración el pretexto para la mastodóntica invasión de un país
                        de dos millones de habitantes... a los que la casualidad había colocado en uno de los
                        pedazos de tierra más codiciados del mundo.
                           A mí, la invasión me trastornó tanto que me lanzó a una depresión prolongada
                        durante muchos días. No ignoraba que Noriega tenía su guardia personal, pero no
                        lograba dejar de pensar que los chacales podían eliminarlo, al igual que habían hecho
                        con Roidós y con Torrijos. Muchos de sus guardaespaldas habían recibido su
                        instrucción en los centros militares de Estados Unidos. No era descartable que fuesen
                        capaces de cobrar por mirar a otro lado, o de asesinarle ellos mismos.
                           Cuanto más leía y reflexionaba sobre la invasión, por tanto, más me convencía de
                        que significaba un retroceso de la política estadounidense a los viejos métodos de los
                        constructores de imperios. La administración Bush había decidido ir más allá que la de
                        Reagan y demostrarle al mundo que no titubearía en utilizar la fuerza máxima con tal
                        de favorecer sus fines. También me pareció que, en Panamá, el fin perseguido no era
                        sólo el de reemplazar el legado de Torrijos por una administración títere y propicia a
                        Estados Unidos, sino intirnidar y someter además a otros países, como Iraq.
                           David Harris, colaborador del New York Times Magazine y autor de


























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