Page 214 - Confesiones de un ganster economico
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verdadero significado de mis actos.
Explicado así, todo parece muy sencillo y evidente. Sin embargo, la naturaleza de
tales experiencias tenía un carácter insidioso que me recuerda la vivencia del soldado.
Ingenuo al principio, quizá se cuestiona alguna vez la moralidad de matar a otros seres
humanos, pero lo que más le ocupa es su propio miedo, la necesidad de sobrevivir. La
primera vez que mata a un enemigo, las emociones le abruman. Tal vez se le ocurrirá
pensar en la familia de ese muerto y experimentará algún arrepentimiento. Pero
conforme pasa el tiempo y él va tomando parte en más batallas, y matando más gente,
el soldado se curte. Se ha convertido en un profesional. Yo también fui un soldado
profesional. Al admitirlo así, quedó abierta la puerta a una mejor comprensión del
proceso por el cual se perpetran crímenes y se construyen imperios. Ahora comprendía
cómo era posible que se cometiesen tantas atrocidades. Cómo, por ejemplo, unos
buenos padres de familia iraníes entraron a trabajar en la brutal policía secreta del sha,
cómo unos buenos alemanes obedecieron las órdenes de Hitler o cómo unos honrados
estadounidenses bombardearon la capital de Panamá.
En tanto que gángster económico, yo jamás había cobrado directamente de la NSA
ni de ningún otro organismo estatal. Mi salario me lo pagaba MAIN. Yo era un
ciudadano particular, empleado de una corporación privada. Al entenderlo así pude
ver clara la figura emergente del «ejecutivo corporativo convertido en gángster
económico». Un nuevo tipo de soldado aparecía en el escenario mundial y se
insensibilizaba, con la práctica, ante sus propios actos. Escribí entonces:
Hoy esos hombres y mujeres van a Tailandia, a Filipinas, a Botswana, a
Bolivia y a cualquier parte donde esperan encontrar gentes que necesitan con
desesperación un trabajo. Van a esos países con la intención deliberada de explotar
a los desdichados, a seres que tienen hijos desnutridos o famélicos, que viven en
barrios de chabolas y que han perdido toda esperanza de una vida mejor; que
incluso han dejado de soñar en un futuro. Esos hombres y mujeres salen de sus
fastuosos despachos de Manhattan, de San Francisco o de Chicago, se desplazan
entre los continentes y los océanos en lujosos jets, se alojan en hoteles de primera
categoría y se agasajan en los mejores restaurantes que esos países puedan ofrecer.
Luego salen a buscar gente desesperada.
Son los negreros de nuestra época. Pero ya no tienen necesidad de aventurarse
en las selvas de África en busca de ejemplares robustos
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