Page 219 - Confesiones de un ganster economico
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                        ingeniería. En la carrera de la privatización, muchas de las compañías principales que
                        habían puesto sus miras en absorber las pequeñas eléctricas independientes pasaron a
                        plantearse la privatización de los sistemas de abastecimiento del agua en África,
                        Latinoamérica y el Oriente Próximo.
                           Además de petróleo y agua, Iraq posee una situación estratégica muy valiosa.
                        Tiene fronteras con Irán, Kuwait, Arabia Saudí, Jordania, Siria y Turquía, y salida al
                        mar en el golfo Pérsico. Tiene en el radio de acción de sus misiles a Israel y a la ex
                        Unión Soviética. Los estrategas militares comparan la posición del Iraq moderno con
                        la del valle del Hudson durante nuestras guerras contra los franceses y los indios, y
                        contra Inglaterra en la de Independencia. Hoy día es del dominio público que quien
                        controla Iraq tiene la llave de todo el Oriente Próximo.
                           Sobre todo esto, Iraq supone un mercado inmenso para la tecnología y el
                        conocimiento experto estadounidenses. El hecho de estar asentado sobre algunos de
                        los yacimientos petrolíferos más extensos del mundo (más importantes incluso que los
                        de
                           Arabia Saudí, según algunas estimaciones) le garantiza la posibilidad de financiar
                        grandes programas de infraestructura y de industrialización. Todos los que tenían algo
                        interesante que ofrecer, andaban pendientes de Iraq: las contratistas de ingeniería y
                        construcción, los proveedores de sistemas informáticos, los fabricantes de aviones,
                        misiles y tanques, las compañías químicas y las químico -farmacéuticas.
                           A finales de la década de 1980, sin embargo, quedó claro que Saddam «no tragaba»
                        con el guión de los EHM: gran decepción y no pequeño apuro para la primera
                        administración Bush. Junto con Panamá, Iraq contribuyó a la reputación de «flojo» de
                        George H. W. Bush. Precisamente cuando éste andaba buscando nuevas maneras de
                        lavar su imagen, Saddam le dio la partida hecha. En agosto de 1990 invadió Kuwait,
                        rico territorio de jeques petroleros. Bush reaccionó denunciando la vulneración del
                        derecho internacional perpetrada por Saddam, y eso que aún no había transcurrido un
                        año desde la invasión no menos ilegal y unilateral de Panamá, dispuesta por el mismo
                        Bush.
                          De modo que, al fin, el presidente no sorprendió a nadie cuando lanzó la orden de
                        ataque por tierra, mar y aire. Quinientos mil soldados estadounidenses fueron
                        enviados formando parte de la expedición internacional. En los primeros meses de
                        1991 la aviación se lanzó a bombardear objetivos militares y civiles en Iraq. A esto le
                        siguieron cien horas de operaciones terrestres y la desbandada del ejército iraquí,
                        desmoralizado y muy inferior en potencia de fuego. Era la salvación de Kuwait y el
                        escarmiento para un auténtico déspota, que sin embargo no

























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