Page 220 - Confesiones de un ganster economico
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fue conducido ante la justicia. La popularidad de Bush ante la opinión pública
estadounidense alcanzó el 90 por ciento.
En la época de la invasión de Iraq, yo estaba en Boston asistiendo a unas
reuniones, que fue una de las pocas ocasiones en que SWEC realmente me solicitó
para hacer algo. Recuerdo el entusiasmo con que fue redbida la decisión de Bush. Por
supuesto, la gente de la organización de Stone & Webster estaba entusiasmada porque
habíamos mantenido el tipo frente a un dictador homicida, pero también porque una
victoria estadounidense en Iraq les suponía oportunidades de grandes beneficios,
aumentos de sueldo y promodones.
El entusiasmo no quedó limitado a los hombres de negocios que iban a beneficiarse
directamente de la guerra. En todo el país, la gente se manifestaba casi ansiosa por
presendar una demostradón de firmeza militar. Me parece que esa actitud obededó a
una serie de razones, entre ellas, el cambio de filosofía que acarreó la derrota de Cárter
frente a Reagan, la liberación de los rehenes en Irán y el empeño reaganiano en
renegociar el tratado del canal de Panamá. La invasión de Panamá por Bush fue como
añadir leña al fuego.
Tras la retórica patriotera y las llamadas a la acción, sin embargo, creí advertir una
transformación mucho más sutil en la manera en que los intereses comerciales de
Estados Unidos (y con ellos, la mayoría de las personas que trabajaban en las
corporaciones estadounidenses) contemplaban el mundo. La marcha hacia el imperio
global había cobrado realidad y buena parte del país participaba en ella. En los ánimos
de todos influían en grado significativo dos conceptos íntimamente asociados:
globalizadón y privatización.
En último análisis esto no sucedía sólo en Estados Unidos. El imperio global era
justamente eso, global, pasando por encima de todas las fronteras. Las corporadones
que antes considerábamos estadounidenses, eran ahora internadonales en el pleno
sentido, incluso jurídico, de la palabra. Porque, al estar constituidas y registradas en
muchos países, podían estudiar y elegir las legislaciones y las reglamentaciones que
más les convinieran para conducir sus actividades. Un gran número de organizadones
y de acuerdos comerdales globalizadores les facilitaba la tarea todavía más. Las palabras
democracia, socialismo y capitalismo caían casi en la obsolescenda. La corporatocrada
prevaleda y se afirmaba cada vez más como la influencia principal cuando no única en
la economía y la política del mundo.
En un extraño giro de los acontecimientos, yo también me había rendido a la
corporatocrada en noviembre de 1990, cuando vendí IPS. Fue
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