Page 225 - Confesiones de un ganster economico
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                         El 11 de septiembre y las consecuencias sobre mi
                                                        persona





                        E  l 10 de septiembre de 2001 yo navegaba río abajo por la Amazonia ecuatoriana con
                           Shakaim Chumpi, coautor de mi libro Spirit of the Shuar. Guiábamos a un grupo
                        de dieciséis norteamericanos hasta la comunidad de mi acompañante, en lo más hondo
                        de la selva. Venían para aprender de sus gentes y ayudarlas a preservar el valioso
                        bosque tropical.
                          Shakaim había peleado como soldado en el reciente conflicto ecuato-peruano.
                        Muchas personas de los principales países consumidores de petróleo jamás han oído
                        hablar de esa guerra, cuyo motivo principal fue que no les fallase a ellas el
                        aprovisionamiento de petróleo. Entre estos dos países existía una disputa de fronteras
                        desde hacía muchos años, pero el contencioso cobró una urgencia repentina cuando
                        las petroleras decidieron que necesitaban saber con qué país debían negociar las
                        concesiones para la explotación de determinados yacimientos. Era menester que las
                        fronteras estuviesen bien definidas.
                           Los shuar formaron la primera línea de defensa ecuatoriana y se comportaron como
                        luchadores aguerridos, que muchas veces derrotaron a fuerzas superiores en número y
                        mejor equipadas. Ellos nada sabían de los móviles políticos de la guerra, ni que el
                        desenlace de ésta abriría las puertas a las compañías del petróleo. Peleaban porque eran
                        descendientes de una larga tradición de guerreros, y porque no estaban dispuestos a
                        permitir la presencia de soldados extranjeros en sus territorios.
                           Mientras bogábamos río abajo, contemplando la chillona bandada de loros que
                        pasaba sobre nuestras cabezas, le pregunté a Shakaim si se había respetado la tregua.
                           —Sí —contestó—. Pero temo que ahora tendremos que ir a la guerra contra
                        ustedes.
                          Y explicó que, por supuesto, no se refería a mí personalmente, ni a las personas de
                        nuestro grupo.
                           — Ustedes son amigos.


























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