Page 229 - Confesiones de un ganster economico
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                        veinticuatro mil seres humanos.
                           Profirió un leve silbido, consideró un rato lo que acababa de escuchar y luego suspiró.
                           —Yo he estado a punto de ser uno de ellos. Tenía un pequeño huerto de granados
                        cerca de Kandahar. Hasta que llegaron los rusos. Los mujaidin los esperaban detrás de
                        los árboles y metidos en las acequias. — Alzó las manos haciendo el gesto de apuntar—
                        . Una emboscada.
                           Bajó las manos.
                           —Destrozaron mis árboles y mis acequias.
                           — ¿Qué hizo usted entonces?
                           Él hizo un ademán hacia el papel que aún tenía yo entre las manos.
                           —¿Dice ahí cuántos mendigos hay en el mundo?
                           No lo decía, pero contesté hablando de memoria:
                           —Unos ochenta millones, creo.
                           —Yo lo fui. — Meneó la cabeza. Luego se sumió en sus pensamientos y
                        permanecimos un rato en silencio, hasta que él prosiguió—: No me gusta pedir
                        limosna. Perdí un hijo. Así que me puse a cultivar amapolas.
                           -¿Opio?
                           —Sin árboles ni agua. La única manera de alimentar a nuestras familias.
                          Sentí un nudo en la garganta y una tristeza deprimente, acompañada de
                        remordimiento.
                           —Aquí decimos que está mal cultivar la amapola del opio, pero muchos de
                        nuestros ricos deben su fortuna al comercio de la droga.
                           Me miró fijamente y fue como si sus ojos penetrasen hasta el fondo de mi alma.
                           —Tú has sido soldado —dijo, asintiendo con la cabeza como para corroborar tan
                        elemental constatación.
                           Dicho esto se puso en pie y se alejó cojeando escaleras abajo. Deseé que se quedase
                        pero no pude articular palabra, entonces conseguí ponerme en pie yo también, y me
                        dispuse a seguirle. Un cartel me detuvo. Mostraba una imagen del edificio en cuya
                        escalinata acababa de sentarme, y un letrero que notificaba a los transeúntes que el
                        cartel lo había puesto el servicio de rutas turísticas de Nueva York. Decía:
                            El Mausoleo de Halicarnaso puesto sobre la torre del campanario de San Marcos
                            en Venecia en la esquina de las calles Wall y Broad, tal es el concepto inspirador de
                            Wall Street número 14, en su tiempo el edificio bancario más alto del mundo. En
                            sus 539 pies de altura se alojaron originariamente las oficinas centrales del
                            Bankers Trust, una de las instituciones financieras más adineradas del país.




























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