Page 65 - Confesiones de un ganster economico
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me dio las gracias por haber hablado con franqueza a sus amigos. Prometimos
repetirlo en otra ocasión, nos despedimos con un abrazo y nos encaminamos a
nuestras respectivas habitaciones.
Esta experiencia con Rasy despertó mi interés por pasar más tiempo lejos de
mis colegas de MAIN. La mañana siguiente tenía prevista una reunión con
Charlie. Le conté mis dificultades para obtener información de los dirigentes
locales. Además, muchas de las estadísticas que yo necesitaba para desarrollar
las predicciones económicas se encontraban sólo en los despachos oficiales de
Yakarta. En consecuencia, ambos convinimos que yo debía pasar en la capital
una o dos semanas.
Charlie me expresó su pesar por verme obligado a abandonar Bandung para
sumergirme en el bochorno de la metrópoli y yo fingí aceptarlo de mala gana.
En mi fuero interno, sin embargo, aguardaba con impaciencia la oportunidad de
pasar algún tiempo a solas, explorar Yakarta y alojarme en el elegante hotel
Intercontinental Indonesia. Pero cuando llegué a Yakarta descubrí que ahora lo
contemplaba todo desde una perspectiva diferente. La velada en compañía de
Rasy y los jóvenes indonesios, así como mis viajes por el país, me habían
cambiado. Por otra parte, también veía bajo una luz diferente a mis compatriotas.
Las jóvenes americanas me parecían menos atractivas. La valla metálica que
rodeaba el recinto de la piscina y las rejas de hierro en las ventanas de las
plantas inferiores ahora cobraban para mí un aspecto ominoso, cuando antes
apenas había reparado en ellas. La comida de los lujosos restaurantes del hotel
empezó a parecerme insípida.
Y otra cosa más. Durante mis reuniones con los dirigentes políticos y
empresariales había observado algunos detalles sutiles del trato que me
dispensaban. Detalles a los que no había concedido importancia al principio,
pero que ahora veía como indicios de que les molestaba mi presencia. Por
ejemplo, cuando uno de ellos me presentaba a otro, solía utilizar palabras en
bahasa que según mi diccionario se traducían por inquisidor e interrogador.
Preferí ocultarles mi conocimiento del idioma (incluso mi intérprete estaba
convencido de que yo sólo sabía recitar un par de frases convencionales) y me
compré un buen diccionario bahasa-inglés, que consultaba con frecuencia tan
pronto como salía de las reuniones.
Pensé si aquellos apelativos serían coincidencias idiomáticas o
interpretaciones mías equivocadas de las acepciones del diccionario. Intenté
persuadirme de que era esto último. Pero, cuanto más tiempo pasaba reunido
con aquellas gentes, más me convencía de que yo era para ellas un intruso,
aunque hubiesen recibido órdenes superiores de cooperar conmigo y no
tuviesen más remedio que soportarme. Yo no sabía si esas órdenes procedían
de algún funcionario del gobierno, de un
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