Page 69 - Confesiones de un ganster economico
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                            —Este se lo daremos al Banco Mundial. Veamos si se puede sacar un poco
                         de dinero de Indonesia.
                            Descolgó Indonesia del mapa y se acercó al cesto para arrojarla también,
                         pero en ese preciso instante saltó a escena un nuevo protagonista. Representaba
                         a un indonesio en camisa de batik y pantalón caqui de soldado. Llevaba un
                         parche con su nombre claramente legible.
                            —Es un político popular aquí en Bandung —explicó Rasy.
                            El muñeco se interpuso entre Nixon y el hombre del cesto, y alzó la mano.
                            — ¡Alto! — gritó—. ¡Indonesia es un país soberano!
                            La multitud rompió en un aplauso. Entonces el hombre del cesto enarboló la
                         bandera a modo de lanza y atravesó con ella al indonesio, que trastabilló y
                         falleció  muy  dramáticamente.  El  público  prorrumpió   en abucheos,
                         imprecaciones y gritos, agitando los puños alzados al aire. Nixon y el hombre
                         del cesto se quedaron mirándonos, impasibles, hicieron sendas reverencias y
                         abandonaron el escenario.
                            —  Creo que será mejor que me vaya —le dije a Rasy. Él me rodeó los
                         hombros con el brazo en un gesto protector—. Tranquilo —dijo—. No va
                         contra ti personalmente.
                            Yo no estaba tan seguro. Cuando nos hubimos puesto a buen recaudo en la
                         cafetería, Rasy y los demás me aseguraron que no estaban informados de que
                         iba a haber un corto satírico Nixon-Banco Mundial.
                            —Nunca se sabe por dónde van a salir esos titiriteros —dijo uno de los
                         jóvenes.
                            Cavilé en voz alta si se habría montado expresamente para mí. Uno de ellos
                         rió. y comentó que yo tenía un concepto muy elevado de mí mismo.
                         «Típicamente americano», dijo dándome unas palmaditas en la espalda.
                            —Los indonesios somos gente muy politizada —dijo otro que estaba
                         sentado detrás de mí—. ¿Es que en Norteamérica no tienen espectáculos como
                         éste?
                            Enfrente, una mujer muy bella, estudiante de lengua inglesa en la
                         universidad, se inclinó hacia mí y me preguntó:
                            —¿Es verdad que usted trabaja para el Banco Mundial?
                            Le dije que actualmente era empleado del Asian Development Bank y de la
                         USAID, la Agencia estadounidense para el desarrollo internacional.
                            —Pero ¿no son lo mismo? —y sin aguardar respuesta, prosiguió—: ¿No son
                         como la función que hemos visto esta noche? ¿No es cierto que el gobierno de
                         usted mira a Indonesia y a otros países como un cesto de...? —Se detuvo
                         buscando la palabra.
                            —¿Un cesto de uvas? — ofreció uno de sus amigos.




















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