Page 73 - Confesiones de un ganster economico
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                                             Un Jesús diferente





                         E  l recuerdo de aquel dalang me perseguía. Y lo mismo las palabras de la bella
                            estudiante de inglés. Esa noche e Bandung me catapultó a un plano nuevo del
                         pensamiento y del sentimiento. Aunque no sería exacto decir que antes hubiese
                         ignorado las implicaciones de lo que estábamos haciendo en Indonesia, por lo
                         general yo conseguía tranquilizarme apelando al raciocinio, a los precedentes
                         históricos, al imperativo biológico. Justificaba nuestra intervención como un
                         aspecto de la condición humana y me persuadía de que Einar, Charlie y los demás
                         obrábamos, sencillamente, como siempre lo han hecho los hombres: atendiendo a
                         las necesidades propias así como a las de nuestras familias.
                            Pero mi discusión con aquellos jóvenes indonesios me había obligado a ver
                         otro aspecto de la cuestión. Mirando a través de los ojos de ellos, me daba cuenta
                         de que un planteamiento egoísta en política exterior no sirve ni protege a las
                         generaciones futuras en ninguna parte. Es una postura tan miope como los
                         informes anuales de las empresas y las estrategias electorales de los políticos que
                         definen esa política exterior.
                            Mientras tanto, resultaba ser cierto que la búsqueda de datos para mis
                         proyecciones económicas me imponía frecuentes visitas a Yakarta. De este modo
                         contaba con muchos ratos a solas para cavilar sobre estas cuestiones y escribir mis
                         reflexiones en un diario. Caminaba por las calles de la ciudad repartiendo
                         monedas a los mendigos y tratando de entablar conversación con leprosos,
                         prostitutas y pilludos callejeros.
                            Al mismo tiempo, meditaba sobre la naturaleza de la ayuda exterior y
                         consideraba el papel legítimo que los países desarrollados (los PD en la jerga del
                         Banco Mundial) podían ejercer para contribuir a paliar el atraso y la miseria de los
                         países menos desarrollados (los PMD). Empezaba a plantearme cuándo es
                         auténtica la ayuda y cuándo no es más que codicia e interés egoísta. O mejor
                         dicho, empezaba a dudar de que tal ayuda fuese alguna vez altruista. Y si no lo era,
                         me preguntaba, ¿qué hacer para cambiar esa situación? Sin duda los países como el
                         mío estaban obligados























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