Page 76 - Confesiones de un ganster economico
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                         ¿por qué impulsábamos ahora estrategias tendentes a implantar valores
                         imperialistas, como los que ellos habían combatido?
                            Durante mi última noche en Indonesia me despertó una pesadilla. Me senté en
                         la cama y encendí la luz. Tenía la sensación de no estar solo en la habitación. Miré
                         a mi alrededor contemplando el conocido mobiliario del Hotel Intercontinental,
                         sus tapices de batik, los muñecos articulados del teatro de sombras colgados en
                         marcos. Entonces recordé lo que acababa de soñar.
                            Me había visto en presencia de Jesucristo. Parecía el mismo con quien yo
                         hablaba todas las noches cuando era niño para confiarle mis pensamientos
                         después de recitar las oraciones de rigor. Excepto que el Jesús de mi infancia era
                         rubio y de piel blanca, y éste tenía el pelo ensortijado y la tez oscura.
                         Inclinándose, cargó algo sobre sus espaldas. Pero no era la cruz, sino un eje de
                         automóvil. Una de las llantas sobresalía por encima de su cabeza a manera de
                         aureola de metal. Por su frente rodaban gotas de grasa, en vez de sangre. Al
                         incorporarse me miró cara a cara, y dijo:
                            —Si yo regresara hoy, me verías de otra manera —y al preguntarle por qué,
                         agregó—: Porque el mundo ha cambiado.
                            El despertador me informó de que faltaba poco para el amanecer. Consciente
                         de que no conseguiría volver a conciliar el sueño, me vestí, bajé con el ascensor a
                         la recepción, que estaba desierta, y salí al jardín contiguo a la piscina. La noche
                         era de luna llena y las orquídeas perfumaban el aire. Me senté en una tumbona y
                         me pregunté qué estaba haciendo allí y cómo las coincidencias de la vida me
                         habían llevado por ese camino. ¿Por qué Indonesia? Mi vida había cambiado,
                         pero aún no sabía hasta qué punto.



                            A mi regreso, Ann y yo coincidimos en París para intentar una reconciliación.
                         Pero incluso durante aquellas vacaciones francesas seguimos peleándonos.
                         Aunque hubo muchos momentos especiales y hermosos, creo que ambos
                         acabamos por comprender que los largos años de cólera y resentimiento eran un
                         obstáculo insalvable. Estaban además las muchas cosas que yo no podía contar.
                         La única persona con quien podía compartir mis impresiones era Claudine y
                         pensaba en ella constantemente. Ann y yo aterrizamos en el bostoniano
                         aeropuerto de Logan y el taxi nos llevó a nuestros apartamentos separados de Back
                         Bay.



























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