Page 75 - Confesiones de un ganster economico
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                            El concepto de una guerra santa mundial era inquietante, pero cuanto más lo
                         pensaba más me convencía de su posibilidad. Sin embargo, me parecía que, caso
                         de producirse la yihad, ésta no sería tanto de musulmanes contra cristianos como
                         de los PMD contra los PD, quizá con el mundo islámico en funciones de
                         avanzadilla. Nosotros los PD éramos los usuarios de los recursos, y los PMD eran
                         los proveedores. Es decir, el retomo del sistema mercantil colonial, y todo
                         dispuesto en favor de los que tuviesen el poder y pocos recursos naturales, a fin
                         de explotar a los que tenían recursos pero no el poder.
                            No traía conmigo ningún ejemplar de los libros de Toynbee, pero sabía de
                         historia lo necesario para entender que cuando la explotación de los proveedores
                         se prolonga, éstos acaban por rebelarse. No tenía más que fijarme en Tom Paine y
                         nuestra guerra de independencia. Recordé que los británicos justificaban el cobro
                         de tributos argumentando que Inglaterra proporcionaba ayuda a las colonias, en
                         forma de protección militar frente a los franceses y los indios. Pero los colonos
                         interpretaron la situación de una manera muy diferente.
                            Lo que Paine ofreció a sus compatriotas en su brillante panfleto Sentido común
                         era lo mismo que habían dicho mis amigos indonesios: un espíritu, una idea, la fe
                         en la justicia de un poder superior y una religión de la libertad y la igualdad
                         diametralmente opuesta a la monarquía inglesa y su elitista sistema de clases. Los
                         musulmanes ofrecían algo similar: la fe en un poder superior y la creencia de que
                         los países desarrollados no tenían derecho a subyugar y explotar a los demás
                         países del mundo. Como aquellos minutemen de la colonia (voluntarios para
                         formar en menos de un minuto cuando se diese la voz de alarma), los musulmanes
                         estaban dispuestos a luchar por sus derechos. Y nosotros, lo mismo que los
                         británicos en 1770, calificábamos sus acciones de atentados terroristas. Más que
                         nunca, parecía cierto aquello de que la historia se repite.
                            Me preguntaba qué clase de mundo tendríamos si Estados Unidos y sus
                         aliados hubiesen dedicado el dinero que gastaron en guerras coloniales, como la
                         de Vietnam, a erradicar el hambre o a facilitar educación y servicios básicos de
                         sanidad a todos, incluidos los nuestros. Me pregunté cómo se verían afectadas las
                         generaciones del futuro si nos dedicásemos a eliminar las causas de la miseria y a
                         proteger los acuíferos, los bosques y las comarcas naturales que además de
                         proporcionarnos agua potable y aire puro aportan otras cosas que alimentan el
                         espíritu tanto como el cuerpo. Yo no podía creer que nuestros padres fundadores
                         hubiesen propuesto que el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la
                         felicidad existiera sólo para los estadounidenses. En consecuencia,

























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