Page 80 - Confesiones de un ganster economico
P. 80
elclubdelsoftware.blogspot.com
consejo que muchos meses antes me había dado Claudine, sentados los dos en su
apartamento de Beacon Street. «¿Quién es capaz de prever el futuro a veinticinco
años vista? —había preguntado—. Tus conjeturas valen tanto como las de ellos.
Sólo es cuestión de tener confianza en uno mismo.»
Así pues, me convencí a mí mismo de que era un experto. Recordé que tenía
más experiencia de la vida en los países menos desarrollados que muchos de los
presentes, algunos de los cuales me doblaban en edad, reunidos para juzgar mi
trabajo. Yo había estado en la Amazonia y había visitado lugares de Java por
donde ellos ni siquiera se atreverían a pasar. Había asistido a un par de cursillos
acelerados, orientados a enseñar nociones de cálculo econométrico a los
ejecutivos. Me consideraba miembro de la nueva generación de jóvenes prodigio
fanáticos de la estadística y enamorados de la econometría, émulos de
McNamara, el altanero presidente del Banco Mundial, ex presidente de Ford
Motor Company y ex secretario de Defensa en tiempos de Kennedy. Ése fue un
hombre que se labró su reputación con los números, con la teoría de las
probabilidades, con los modelos matemáticos, y —sospechaba yo— con una
elevadísima opinión de sí mismo.
Traté de imitar a McNamara y a Bruno, mi jefe, adoptando algunos giros de
expresión del primero y los andares jactanciosos del segundo, con el maletín
colgado balanceándose a mi paso. Ahora que lo recuerdo, me admiro de mi
propia osadía. A decir verdad, mis conocimientos eran muy limitados. Lo que me
faltaba en cuanto a formación y práctica lo suplí a base de audacia.
Y salió bien. A su debido tiempo, el grupo de expertos puso su sello de «visto
bueno» a mis informes.
Durante los meses siguientes asistí a reuniones en Teherán, Caracas,
Guatemala, Londres, Viena y Washington. Fui presentado a personajes famosos
como el sha de Irán, los ex presidentes de varios países y el mismo Robert
McNamara en persona. Al igual que mi instituto, era un mundo exclusivamente
masculino. Me sorprendió comprobar cómo afectaban a las actitudes de otras
personas para conmigo tanto mi, nuevo título como el rumor de mis triunfos
recientes ante las instituciones financieras internacionales.
Al principio, todas estas atenciones se me subieron a la cabeza. Empecé a
creerme un mago Merlín cuya varita mágica agitada sobre un país haría brotar la
luz eléctrica y desplegarse las industrias como otras tantas flores. Más tarde me
desengañé, y desconfiaba de mis propios
80