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Drácula de Bram Stoker
No era de extrañar que el capitán del guardacostas se
hubiera sorprendido, o que hubiera sentido temor, pues no es
muy común que puedan verse cosas semejantes. El hombre
estaba simplemente atado de manos, una sobre otra, a la cabilla
de la rueda del timón. Entre su mano derecha y la madera había
un crucifijo, estando los rosarios con los cuales se encontraba
sujeto tanto alrededor de sus puños como de la rueda, y todo
fuertemente atado por las cuerdas que lo amarraban. El pobre
sujeto puede ser que haya estado sentado al principio, pero el
aleteo y golpeteo de las velas habían hecho sus efectos en el
timón de la rueda y lo arrastraron hacia uno y otro lado, de tal
manera que las cuerdas con que estaba atado le habían cortado
la carne hasta el hueso. Una detallada descripción del estado de
cosas fue hecha, y un médico, el cirujano J. M. Caffyn, de East
Elliot Place, Nº 33, quien subió inmediatamente después de mí,
declaró después de hacer un examen que el hombre debió ha
ber estado muerto por lo menos durante dos días. En su bolsillo
había una botella, cuidadosamente tapada con un corcho, y
vacía, salvo por un pequeño rollo de papel, que resultó ser el
apéndice del diario de bitácora.
El capitán del guardacostas dijo que el hombre debió
haber atado sus propias manos apretando los nudos con sus
dientes. El hecho de que el capitán del guardacostas fue el pri
mero en subir a bordo, puede evitar algunas complicaciones más
tarde en la Corte del Almirantazgo; pues los guardacostas no
pueden reclamar el derecho de salvamento a que pueden optar
todos los civiles que sean primeros en encontrar un barco aban
donado.
Sin embargo, los funcionarios legales ya se están mo
viendo, y un joven estudiante de leyes está asegurando en altas
y claras voces que los derechos del propietario ya están comple
tamente sacrificados, siendo retenida su propiedad en contra
vención a los estatutos de manos muertas, ya que la caña del
timón, como emblema, si no es prueba de posesión delegada, es
considerada mano muerta. Es innecesario decir que el marinero
muerto ha sido reverentemente retirado del lugar donde mante
nía su venerable vigilancia y guardia (con una tenacidad tan
noble como la del joven Casablanca), y ha sido colocado en el
depósito de cadáveres en espera de futuras pesquisas.
Ya esta pasando la repentina tormenta, y su ferocidad
está menguando; la gente se desperdiga en dirección a sus ca
sas, y el cielo esta comenzando a enrojecer sobre la campiña de
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