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Rev. Martín N. Añorga, Pastor cubano que ha dedicado toda su vida a su
ministerio. Ha escrito numerosos artículos dedicados a resaltar los valores y
principios que deben prevalecer en la familia y en la sociedad. Fue director
del colegio “La Progresiva” en Cárdenas, Cuba, y ha sido una de las voces
religiosas más destacadas del Exilio Cubano. Está casado con Iraida y viven
en Miami, Florida junto con sus hijos y nietos.
La Pregunta de Moda
Por el Rev Martín N Añorga
“¿Por qué permite Dios que un terremoto en México cobre la vida de centenares de inocentes?” “¿Por
qué permite que una pequeña Isla pacífica y tranquila como es Puerto Rico se vea azotada por una
tormenta que la ha dañado de manera irreversible?”
Son dos preguntas, pero hay muchas más, que me han hecho numerosas personas. Seguramente que
otros clérigos se han visto enfrentados al mismo tema. Yo no pretendo ser abogado de Dios. El no los
necesita; pero debido a mi responsabilidad como un líder religioso no puedo eludir el deber de dilucidar
dudas y ofrecer contestación ante la natural inquietud que sufren hoy día innumerables seres humanos
procedentes de todas las latitudes.
Lo primero en lo que yo pienso es que no podemos culpar a Dios por la existencia de leyes naturales
que se han establecido infinitud de años antes de que nosotros apareciéramos sobre la faz de la tierra.
Una persona ilustrada debiera conocer las llamadas leyes naturales clasificadas por sabios como
Newton, Einstein y por cualquier otro científico. La tesis de físicos eminentes es que el Universo está
dominado por leyes inflexibles que garantizan su existencia. Una de estas leyes, la más importante y
conocida es “la ley de gravedad”. Si no existiera esta ley andaríamos volando errantes por el espacio y
el orden astral sería una permanente confusión llena de colisiones. El hecho de que una persona caiga
desde una altura hacia el pavimento no puede atribuirse a un descuido de Dios. La ley existe creada
específicamente para mantenernos seguros en el sitio que pisamos, no para castigarnos con la muerte
si nos arriesgamos violándola.
Cuando hablamos de culpabilidad debemos mirarnos a nosotros mismos. En México, por ejemplo,
existen normas que se aplican a la construcción de edificios. Vivir en una zona sísmica sin hacer caso
de esas normas es correr riesgos que pueden costarnos la vida. En Puerto Rico, una encantadora isla
poblada de montañas y de valles acariciados por numerosos ríos, debiera existir un funcional sistema
de prevención de inundaciones. Nosotros, los seres humanos, hemos escogido sitios para vivir que nos
satisfagan con sus beneficios colaterales, sin tener en cuenta que la naturaleza tiene sus normas
aparentemente hostiles que nos atacan, no con el propósito de destruirnos, sino en cumplimiento de
leyes a las que no les prestamos atención.
Leíamos recientemente un artículo en la afamada revista National Geographic en el que se nos
exponían los beneficios de los huracanes. Dios no los ha creado para castigarnos, sino para promover
la limpieza atmosférica, la fertilidad de la tierra y la prodigalidad oceánica.
En el bíblico libro de Génesis se repite esta expresión ante cada etapa de la creación: “y Dios
consideró que esto era bueno”. Dios creó la tierra que da frutos y vegetación para nuestro beneficio.
Creó los ríos y las fuentes para darnos el agua que sustenta nuestra existencia, el cielo para que nos
cubriera de estrellas y nos regalara la luz del sol y el aire para que nos rodeara de frescura y vida. Ahora
bien, es necesario que sepamos que todos estos dones están sujetos a leyes que preceden a nuestra
propia aparición en el mundo en el que nos ha tocado residir.
No podemos negar, a pesar de todo lo expresado, que los seres humanos sufrimos al ser víctimas de
fenómenos naturales sobre los que no tenemos autoridad. Dios pudiera evitarlos, pero Él no actúa en
contra de sus propias leyes. La tarea que nos corresponde, pues, es la de ofrecer ayuda espiritual.
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