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Ante el argumento de la normalidad, la hetero- Gloria Careaga sostiene que “el comportamiento sexual
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sexualidad también debe someterse a un no necesariamente tiene conexión con la identidad de
escrutinio teórico. La heterosexualidad no es género”. Rosa González, citada por Careaga, afirma que
“natural”, no se presenta como impronta; solo “las prácticas sexuales no necesariamente son un factor
se encuentra en el eje de los sistemas de de estructuración psíquica”. Ello significa que con inde-
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poder dominantes. pendencia de la presencia o ausencia de prácticas sexuales
habituales, el sujeto no deja de vivirse como varón o como
Desde el poder dominante se construye el mundo y su mujer. Podrán alterar momentáneamente su equilibrio
normalidad, sustentada desde el falocentrismo como eje emocional, cuestionar su actuar, pero no trastabillar su
supremo de poder y dominación que demanda la hetero- identidad de género, y que este último es el sentimiento
sexualidad de los sujetos. En este sentido, la persona se íntimo y profundo de pertenecer a algún género. Igual-
vive obligada a declararse como sexuada y heterosexual mente, Ana Cabrera también es citada por Careaga, para
para acceder a algún lugar aceptado por la sociedad. señalar que la gente se encuentra actualmente definién-
dose desde su actividad sexual (sexualidad referida a prác-
Rosa González considera que hay “un problema implícito tica sexual):
en la clasificación psicológica, mayor si la tipología solo
admite dos opciones y es que reduce mucho la complejidad Construir las identidades de los sujetos, pareciera
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propia de lo humano”. Pero esta situación es silenciada que es la actividad sexual la que define cada vez más
en la necesidad de cada individuo de demostrar/se que a un tipo específico de persona y, además, la gente
no se encuentra en desacato social, buscando desesperada- empieza a definirse a sí misma como diferente y la
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mente que se le reconozca su heterosexualidad y su diferencia se construye en torno a su sexualidad.
inclusión en el ámbito social. Para asegurarse de que esto
es lo que realmente es y quiere, si es necesario descalificará Definirnos desde nuestra actividad sexual re-
y destruirá a lo diferente. Porque tanto la homosexualidad duciría aun más la posibilidad de diversidad
como la diversidad sexual, incluyendo en esto a la misma personal y también social.
heterosexualidad, se encuentran altamente perseguidas
y demandadas por un patrón de masculinidad hegemónica.
En la actualidad, la heteronormatividad social Foto: arte i diseño,
marca una dualidad genérica excluyente que
obliga a los sujetos de manera inconsciente
a clasificarse como varones o como mujeres, derechos reservados del CNEGSR, Secretaría de Salud.
desde su comportamiento sexual y no desde
su identidad de género.
La identidad de género va más allá de la orientación sexual
Susana Bercovich considera que esta nueva forma de Hasta este momento he tratado de argumentar que todo
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clasificar a los individuos desde la práctica sexual, está im- ser humano está conformado desde la cultura, que la su-
pulsada desde el modelo masculino heterosexual para puesta “normalidad” es una construcción para homoge-
visualizar lo diferente e imponer formas identitarias, y neizar a los individuos. Por lo tanto, la normalidad no existe,
poder controlarlas con eficacia. Castañeda opina que: sino que hay una gran diversidad humana. A todo sujeto,
ante el modelo falocéntrico heterocentrista, se le imposi-
El enemigo a vencer no es la masculinidad hetero- bilita su diversidad personal. Y ¿qué hay con la transgene-
sexual, sino cierta definición de la masculinidad ridad? Retomando la pregunta descrita y sus posibles mal-
heterosexual y, por ende, de la feminidad, que es la entendidos sociales, quien mayor incomodidad puede
base del machismo. El problema no es el hombre producir es quien dirige la responsabilidad y, más clara-
heterosexual, sino la oposición radical entre lo mas- mente, la culpa, al individuo transgenérico de su propia
culino-femenino y lo diverso. condición.
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2011
Género y Salud mayo - agosto
en Cifras Volumen 9 28
Núm. 2