Page 102 - Desde los ojos de un fantasma
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JUAN PABLO terminó de escribir un fado en el que contaba la historia de una
isla que un día comenzaba a disolverse, igual que un Alka-Selt-zer en un vaso de
agua. Primero la sorpresa y después el temor de los habitantes de aquel sitio
amenazado por la desaparición. Cualquier otro habría necesitado mil páginas
para contar una historia de tal magnitud pero a Juan Pablo le habían bastado
unos cuantos versos.
Cantó el nuevo fado dos o tres veces.
Le gustó.
Lo tituló “Efervescencia”.
Salió al balcón, y el perfume de la noche entró en su pequeño departamento, y el
fado recién nacido se mezcló con el aire de Lisboa. Dice una leyenda que
siempre que un fadista compone una nueva canción, se enciende una luciérnaga
cercana. Juan Pablo se apoyó en el barandal para ver si la creencia se cumplía, y
en ese instante, a unos cuantos centímetros de su mirada, se encendió una
luciérnaga que le daba la bienvenida a su fado más reciente.
Era una luz blanca.
Luz de estrella diminuta.
Aquel insecto le recordó al fadista los veranos de su niñez en Cascais, las noches
de Cascais, las luciérnagas de Cascais.
—En esos tiempos las luciérnagas eran de muchos colores, había verdes, azules
y rojas —le explicó Juan Pablo a la cazadora que cómodamente instalada en el
galán de noche observaba la escena.
El fadista estuvo un rato contemplando la calle desde el balcón. Pudo ver cómo
se encendieron otras seis o siete luciérnagas. Todas eran blancas. Al cabo de un
rato Juan Pablo comenzó a sospechar que la luz que emitían las luciérnagas
siempre era blanca y que en realidad aquella historia de insectos coloridos era
más bien una invención, una manera de adornar el recuerdo. Entró de nuevo a su
departamento y un tanto decepcionado le habló a la cazadora: