Page 106 - Desde los ojos de un fantasma
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A las siete de la mañana unos fuertes toquidos despertaron a Juan Pablo. Se

               levantó con mucho trabajo y trastabillando llegó hasta la puerta. Cuando se
               asomó por la mirilla descubrió que sus inoportunos visitantes eran dos sujetos
               casi idénticos. No eran ni pastelillos de vainilla ni lámparas de pie ni pelucas
               afro… Para acabar pronto, ninguno de aquellos dos personajes tenía que ver con
               el tipo de descripciones utilizadas hasta este momento. Simplemente eran dos
               señores aburridos y nada más (dos señores aburridos que no se creían aburridos,
               lo cual los convertía en algo aún más peligroso).


               Uno llevaba una camisa hawaiana con su típico dibujo floreado y el otro una
               camisa de cuadros pequeños. Sin embargo, a pesar del colorido de sus prendas,
               ambos personajes tenían un aura completamente gris.


               ¡Toc toc toc!


               Volvieron a aporrear la puerta.


               —¿Qué desean? —preguntó asomando aún por la mirilla.

               —Buscamos la mansión de Juan Pablo, el artista.


               De inmediato el músico se dio cuenta de que dos de los tres sustantivos que
               componían la frase no correspondían a la realidad: ni su casa era una mansión ni
               él era un artista. Lo único verdadero era que él, efectivamente, se llamaba Juan
               Pablo. Nunca había considerado que su oficio fuera diferente de los demás, así

               que aquello de artista le pareció un exceso. Estaba convencido de que en el
               mundo hay muy pocos personajes a los que se les pueda llamar artistas. Iba a
               decirles que estaban equivocados, que buscaran en otro departamento, pero los
               hombres lanzaron una frase que no dejó lugar a dudas.


               —Buscamos al autor de un disco que se llama Treinta segundos tarde.


               “Ese sí que soy yo”, pensó de inmediato el fadista, y entonces no le quedó más
               remedio que abrir la puerta.

               —Aquí es, pero esta ni es una mansión ni yo soy un artista —dijo Juan Pablo a

               manera de saludo. Había algo en la pinta de aquellos hombres que no acababa de
               convencerlo.

               —¡Otra estrella excéntrica! —exclamó el de la camisa hawaiana mientras
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