Page 103 - Desde los ojos de un fantasma
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—No me hagas mucho caso, pero estoy empezando a creer que las luciérnagas
siempre son blancas.
Se recostó en la cama con la ropa puesta. “Solo voy a descansar los ojos”, se
mintió a sí mismo, y en menos de un suspiro se quedó dormido.
A esa misma hora un jet de Smileys & Inc. & Inc. & Inc. & Inc., adornado con la
enorme cara de un perro chihuahueño estilizado, volaba por encima del océano.
Debía llegar a Lisboa antes de que amaneciera.
Volaba el jet partiendo en dos las nubes, como un dardo envenenado que no
tuviera más tiempo que perder (en Smileys & Inc. & Inc. & Inc. & Inc. nunca de
los nuncas había tiempo que perder, y eso que para pronunciar su nombre se
necesitaban varios segundos de tontísima repetición). En el avión, además del
piloto, solo viajaban tres pasajeros: Míster Ex Doble, Míster Pro Tercero y
Míster Ru Infinito.
Al entrar en la compañía, los trabajadores perdían su nombre original y eran
rebautizados con algún número, una letra o una sigla. Lo más frecuente era que
su nuevo apelativo fuera una cifra sin sentido. Un contador público de Madrid,
por ejemplo, dejó de llamarse Lorenzo Buendía y se convirtió, nada más firmar
su contrato, en el señor 528.3. La recepcionista de la oficina de Medellín, en
Colombia, que antes se llamaba Dorismar Halconcillo, ahora era conocida como
la señorita 3.1416.
No había ningún patrón a seguir para encontrar el número correspondiente a
cada empleado. Una secretaria podía ser conocida como la señorita 1/3 y su
compañera de cubículo como la señorita 29.5% de 3000. Todo se regía bajo el
capricho de Míster Wilkins, el único, junto con Guapo, que seguía conservando
su nombre original. Para el dueño de la compañía, maestro en la rotación de
personal, siempre era más fácil sustituir una cifra que a una persona.
“En el área de planeación inductiva borre al 8888 y agregue al -16”, le ordenaba
Míster Wilkins al jefe de recursos humanos, y con esa frase despedía a un
empleado que tenía un nombre, un apellido y un futuro que acababa de
complicarse por culpa del desempleo.
A los trabajadores de mayor jerarquía se les premiaba llamándolos con el