Page 122 - Desde los ojos de un fantasma
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ENRIQUE Alves y Manolo Segundo se dirigieron a La Escalera. Era la hora del
               aperitivo, así que casi todas las mesas estaban ocupadas. En una de las más
               cercanas a la barra departían sonrientes Luis, el pescadero, y León, el cerrajero.

               Ambos portaban orgullosos su nueva peluca azul y bebían de unas tazas
               excesivamente humeantes.

               —También dejó de funcionar la peluquería —anunció Enrique nada más entrar

               en el local.

               —¡La mejor noticia que he oído en mucho tiempo! —exclamó Luis.


               —¡Signo de los nuevos aires que soplan sobre Lisboa! —lo secundó León.


               Enrique y Manolo Segundo ignoraron a los del cabello azul y se acercaron hasta
               la barra, donde se encontraban la mayoría de sus amigos.


               —Primero la florería de Beatriz, ahora la peluquería. ¿Qué sigue? —preguntó
               preocupada María, la vendedora de diarios.


               —Pues como no mejores, tú serás el siguiente —gritó desde su mesa el
               pescadero refiriéndose a Gio, el dueño del bar, al tiempo que señalaba hacia su
               taza —este es el peor Café Invisible que me he tomado en mi vida.


               —Le falta cuerpo. No sabe a nada —continuó con la queja el cerrajero.


               —¿A qué quieren que sepa el agua caliente? —preguntó Quim Veloso tratando
               de defender a Gio.


               —A distinción —señaló Luis.


               —¡Exacto! —Lo volvió a secundar León—. Un buen café invisible tiene el
               inconfundible sabor de la distinción.


               En ese instante, con una serie de movimientos casi idénticos que no dejaron duda
               de su malestar, los dueños de la sonrisa artificial abandonaron La Escalera
               llevándose consigo sus horribles pelucas azules. La salida de ambos personajes
               fue como una bocanada de aire fresco para los parroquianos del lugar. Gio, sin
               que se lo pidieran, aprovechó la nueva calma para servirle una bebida a cada uno
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