Page 124 - Desde los ojos de un fantasma
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En una de las mesas de La Escalera se encontraba Ricardo, el viajante inventor

               de palabras. Mientras disfrutaba un fresquísimo gin-tonic, había oído la charla de
               Enrique y sus amigos.

               —Buenas tardes. Espero que me disculpen, pero no pude evitar escuchar su

               conversación.

               —No se preocupe. Tendría que ser sordo para no enterarse del jaleo.


               —Desde mi visión de recién llegado yo también me doy cuenta de que en Lisboa
               están sucediendo cosas extrañas. Ayer, por ejemplo, me topé con un fantasma…


               —Perdóneme, señor, pero eso en Lisboa es de lo más normal —interrumpió
               María al inventor de palabras—. Es como ir a Cascais y sorprenderse por ver una
               gaviota.


               —Lo sé, lo sé. Estoy acostumbrado a tratar con todo tipo de espectros —anunció
               Ricardo—. Lo que quería decir es que era un fantasma desesperado. Estaba muy
               triste porque ya casi en ningún bar aceptaban sus botellas de saudade.


               El comentario del inventor de palabras cayó como una bomba fétida entre los
               parroquianos de La Escalera. Casi todos voltearon a ver a Gio, quien, para
               disimular, comenzó a ordenar unas copas que descansaban sobre la barra. Sin
               embargo, estaba tan nervioso que una de las copas se le escapó de las manos y
               fue a caer al suelo.


               —¡Entonces es cierto lo que siempre se ha dicho! —exclamó con sorpresa
               María.


               —¡Es una vergüenza lo que está ocurriendo en las barras de Lisboa! —dijo
               Manolo Segundo con una mirada de fuego puesta sobre Gio. Era evidente que el
               panadero no se refería a la falta de pericia del dueño de La Escalera para manejar

               las copas. La vergüenza, la gran deshonra que manchaba los bares tenía que ver
               con la saudade: Lisboa sin saudade no era nada.

               Ni ciudad ni poema ni sueño.


               Nada.
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