Page 123 - Desde los ojos de un fantasma
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de sus amigos, y fue entonces cuando el señor Alves comenzó su explicación.
—Lo que está sucediendo en el barrio es mucho más peligroso de lo que parece.
No se trata de una florería o unas cuantas pelucas azules. Estamos siendo
víctimas de una invasión.
—¿No te parece que exageras? —preguntó María.
—Al principio pensaba tal como tú. Pero he ido atando cabos y me he dado
cuenta de que es algo muy serio: negocios que se desvanecen de la noche a la
mañana; los dibujos que hace mi hija cada día son más parecidos unos a otros;
cuando mis clientes terminan sus llamadas sus ojos ya no brillan como antes.
—Y esa tonta sonrisa que todos van presumiendo por allí —agregó Gio al
reparar en que él también había notado algunos de aquellos factores.
—Y ese horrible perro chihuahueño que aparece en la portada de todas las
revistas que me llegan al kiosco —agregó la vendedora de diarios.
Y así, cada uno de los amigos se puso a nombrar síntomas de la invasión que
comenzaba a caer sobre Lisboa y que, si bien ellos aún no lo podían notar, ya
había atrapado a buena parte del planeta.
—El otro día Juan Pablo y yo estábamos en la Oficina Esotérica. Quisimos
escuchar un fado y le pedimos a João que encendiera el radio, pero fue
imposible.
—Pero ¿por qué? —preguntó Manolo Segundo, que no conocía la anécdota.
—Por esto —respondió Enrique mientras encendía el aparato que Gio tenía
sobre la barra. Inmediatamente, de las bocinas surgió la voz de los Smileys. El
señor Alves comenzó a girar el dial en busca de nuevas emisoras y, como ya era
lógico asumir, en cada una de ellas estaba programado el súper éxito del
momento.
Veinticuatro estaciones de radio emitiendo la misma canción. Si lo analizas bien,
puede provocarte bastante miedo.