Page 171 - Desde los ojos de un fantasma
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Así podría definirse el paisaje del que pudo ser testigo el maléfico Míster Pro.

               Kilómetros y kilómetros de tubería, hierros, engranes y bandas transportadoras.
               Gallitos de Barceló de todos los tamaños. Unas cuantas botellas de saudade. Y
               en medio de todo aquel ajetreo, miles de nunos con su respectivo langui en
               eterna conversación.


               El rumor que desprendían todas aquellas palabras parecía tener una lógica. No
               era un bisbiseo sin sentido: cierta armonía lo emparentaba con el canto
               ceremonial de los monjes tibetanos.


               Daba miedo y alegría escuchar aquel sonido.

               Historias individuales que conformaban una sinfonía.


               Los nunos hablaban y los languis escuchaban.


               Cinco palabras por minuto.


               Siete mil doscientas palabras al día.


               Suficientes para contarlo todo.


               Lo bueno y lo malo. Las lágrimas de Drumena Kaya, el aleteo del colibrí, las
               hermosas páginas de Saak Nivlac.


               Todo lo imaginable e incluso un poco más.





               Míster Pro Tercero salió de su pasmo cuando un nuno de más de tres metros de
               altura lo tomó del brazo y sin decirle nada lo condujo hacia una especie de jaula.

               El tacto frío y duro del humanoide era más persuasivo que cualquier diálogo. Al
               ejecutivo de Smileys no le quedó más que obedecer. Mientras tanto, los
               pequeños fantasmas, dirigidos por Fernando, extendieron los dibujos sobre la
               superficie de una gran mesa. Frente a sus ojos fueron apareciendo las bellísimas
               ciudades que Sara y sus amigos habían retratado en el Conversario.


               —Durban es preciosa… —contó Madalena, una pequeña de cabellera
               ensortijada y ojos redondos, al mirar el dibujo de esa ciudad sudafricana—. De
               hecho, allí me encontró la muerte —agregó sin la menor sombra de afectación.
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