Page 20 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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Parece mentira, pero no es tan fácil encontrar un edificio que incluya una

               abuelita. En el de Lui, por lo menos, nunca había habido una. Estaba el
               matrimonio joven, que no tenía hijos pero sí una pantalla de plasma y
               muchísimos videojuegos. Estaba la familia del cuatro, con dos hijos que iban a la
               universidad y que se peleaban por un coche viejo todos los días. Y en el primer
               piso vivía el viejo matrimonio en el que Lui había puesto todas sus esperanzas.
               Los dos tenían aspecto y voz de abuelitos, su departamento estaba decorado
               como de abuelitos, pero no lo eran. Solo tenían una hija que, por lo visto, no
               tenía planeado convertirlos en abuelos nunca. Algunas veces Lui se cruzaba con
               alguno de ellos en el recibidor del edificio y les preguntaba:


               —¿Todavía no piensan ser abuelos?


               El señor, invariablemente, le contestaba con un gruñido malhumorado, pero la
               señora suspiraba y le daba alguna triste explicación. La última había sido:


               —A nuestra Laurita le dieron una beca para un doctorado más. Ahora en Suecia.
               Ella tiene cuarenta y el chisme ese dura tres años. Yo creo que lo del nieto te lo
               vamos a quedar a deber, m’hija.


               Le acarició la mejilla y siguió su camino sin dejar de suspirar.





               Sucede que Lui, diez meses antes, había perdido a su abuelita, y con ella, algo

               más se le había ido. Algo que no podía explicar, algo de dentro, que la hacía
               sonreír más seguido y estar, cómo decirlo, como... más tranquila con la vida. La
               abuelita de Lui no era de esas que uno ve en las películas o en los programas de
               televisión. No tenía el pelo blanco, mucho menos peinado en un chongo; no
               estaba encorvadita ni necesitaba un bastón. Ni siquiera tenía muchas arrugas. Si
               a Lui no le hubieran dicho desde que nació que era su abuela, podría
               perfectamente haber creído que Lali era una tía, o una buena amiga de la familia,
               solo un poco mayor que sus papás.


               Sus papás no supieron dar respuesta a sus preguntas. Fue la señorita Paloma, una
               maestra del colegio (que no da clases pero platica con los niños en su pequeño
               cubículo), quien le explicó que no solo las abuelas que se ven viejitas mueren.
               Que un accidente así puede pasarle a cualquiera sin importar la edad. Al por qué
               número catorce de Lui, la señorita Paloma solo pudo responder: “Porque así
               funciona el mundo”.
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