Page 22 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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Poco tiempo después, Lui y Jimena se hicieron más o menos amigas. Porque hay
de amigas a amigas. Por alguna razón Lui no alcanzaba a querer tanto a Jimena
como a Harumi, que era su amiga desde el kínder y que por mala suerte tenía a
sus familiares repartidos entre Japón y el estado de Sinaloa (abuelitas incluidas).
Jimena pasaba mucho tiempo en casa de Lui. Y no estaba mal, pero se invitaba
muy seguido ella sola. Era raro: en la práctica, resultaba lo mismo cuando Lui la
invitaba que cuando Jimena se invitaba sola, pero en este segundo caso, Lui
como que se la pasaba menos bien. Tenía, por decirlo así, menos paciencia.
Jimena platicaba mucho con sus papás y Alejandro sonreía en cuanto ella
entraba. En fin, que no tenía nada de malo, pero a Lui le parecía muy raro que
Jimena, teniendo esa vida tan envidiable (vivir con su abuelita parecía la
situación ideal) no la aprovechara y, sobre todo, no se la compartiera.
—Iríamos a mi casa, pero nunca hay nadie. Es más aburrido que aquí —
contestaba Jimena ante la insistencia de Lui en jugar una tarde en cada casa.
—Bueno, ¿cuando esté tu abuelita sí vamos? —pedía Lui, y Jimena no entendía
cuál era el mitote. Su abuelita tampoco pertenecía al grupo de las típicas. Era una
mujer seria, más bien robusta, tenía el pelo corto y negro, apenas salpicado por
algunas canas, y unos brazos que cualquier luchador envidiaría.
—Yo a mi abuelita le decía Lali. ¿Y tú cómo le dices a la tuya?
—Yo le digo Estela.
—Estela. Qué raro.
—Le digo así porque así se llama. No le gusta que le diga ningún apodo, menos
abuelita. Antes di que me deja llamarle por su nombre y no me hace que le diga
señora García.
De todos modos, Lui aprovechaba cualquier oportunidad para conversar con la
abuelita. A veces, los domingos por la mañana, tocaba en el departamento de
Jimena a eso de las nueve y media, cuando estaban desayunando; los domingos
eran los días que Jimena y su abuela se quedaban en casa mientras la mamá y la
tía se ocupaban del puesto de ropa importada que ponían en distintos mercados
sobre ruedas de la ciudad. Jimena las acompañaba los sábados, pero los
domingos no, porque el mercado estaba en un rumbo de no muy buena muerte.