Page 26 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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problemas en su casa. Puso el control del videojuego en la mesa, dio las gracias

               y se despidió. Todos intentaron convencerla de quedarse otro rato, pero no lo
               lograron. Al final Jimena se fue con ella.

               Subieron por las escaleras, Lui comiéndose las uñas, Jimena no. Pero cuando

               iban llegando al tercer piso se encontraron con la imagen furibunda de la
               abuelita de Jimena. La mujer gritó algunas palabras de esas que Lui tenía
               prohibidísimo decir, le dio una bofetada a Jimena y la jaló del pelo; la arrastró
               desde las escaleras hasta la puerta, que cerró con un estruendo que debió de oírse
               en los quince departamentos y quizá en el edificio de junto. Lui se quedó parada
               en el descanso de la escalera. Dentro del departamento se oyó un portazo más y
               luego, apenas, gritos de la abuela y llantos de la niña. Con las rodillas
               temblorosas, Lui siguió su camino hacia arriba. Entró a su casa y el regaño que
               su mamá había empezado se transformó en preguntas. “¿Qué pasó?, ¿por qué
               estás temblando?”. Pero Lui no quiso decir todo lo que había visto. Solo contó
               que la abuelita de Jimena se había enojado y que gritaba tan fuerte que la había
               asustado un poco.


               Ella tampoco se salvó del castigo. Sus papás la sentaron en un sillón de la sala y
               le explicaron que no podía irse toda la tarde al departamento de los vecinos sin
               avisar; le dijeron que se habían preocupado mucho. Y le decomisaron sus libros,
               sus juguetes y su hora de televisión toda la semana. Y, por supuesto, nada de ir a
               chacotear con ningún vecino. Con la palabra ningún bien recargada. Las
               lágrimas fluyeron, pero no precisamente por sus castigos.


               La semana siguiente la cobija tuvo un avance asombroso y las hojas de tarea de
               Lui llevaron marcos floreados. Hasta el miércoles, por lo menos. Esa tarde
               apareció Jimena justo a la hora del baño de Alejandro, así es que fue Lui quien
               se encargó de abrir la puerta.


               —¿Qué haces aquí? —dijo en un susurro —. ¿Qué no estás supercastigadísima?
               Yo sí.


               —Sí, me castigaron mucho ese día, pero hoy no hay nadie en mi casa y me salí.
               Quería ver si quieres jugar un rato.


               Lui le explicó que tanto como jugar no podía, pero quizá platicar un ratito, en lo
               que terminaban de bañar a su hermano, sí. Jimena entró al recibidor y a la luz de
               este Lui pudo ver sus brazos. Uno de ellos, el izquierdo, estaba amoratado desde
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