Page 48 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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le regalaron unos tíos veracruzanos. Un dos, luego un ocho, luego apretar el

               signo de multiplicación, luego un uno, luego un tres, luego el signo de igual.
               Trescientos sesenta y cuatro pesos. Mucho dinero. Mucho, mucho dinero.

               Celeste comprendió que Luis Eduardo le hubiera obsequiado a Gorila. Carlos

               Alberto no se lo explicó, pero ambos supusieron que, si Gorila era de Luis
               Eduardo, el señor que después fuera dueño de Luis Eduardo también sería dueño
               de Gorila.


               Tanto Celeste como Luis Eduardo se pusieron muy tristes. Desde entonces
               estuvieron al pendiente de quién ofrecía más dinero por él. Y Luis Eduardo
               siempre me iba a visitar a la pequeña casa al fondo del jardín antes de irse a la
               cama.


               Cuando un señor que vivía en Bolivia ofreció cuarenta dólares con quince
               centavos (un cuatro, un cero, un punto, un uno, un cinco, multiplicación, un uno,
               un tres, signo de igual, mucho dinero) a Luis Eduardo le dio gusto. Prefería vivir
               en Bolivia que en Hong Kong. Incluso hasta se puso a buscar Bolivia junto con
               Celeste en el globo terráqueo que tenía su papá en el estudio y solo lamentó que
               el país no tuviera playas. “A lo mejor tienen lagos muy bonitos”, lo consoló
               Celeste. A ambos les gustaba mucho el mar, aunque Celeste solo lo conociera
               por fotografía.


               Lo cierto es que, en cuatro días, Luis Eduardo ya se había mudado (es una forma
               de decirlo) a Suecia, a Estados Unidos, a Francia, había regresado a México y
               luego, vuelto a partir a Australia. Cuando el señor mexicano ofreció por él
               cuarenta y tres dólares con diez centavos, Luis Eduardo pensó que sería bueno
               quedarse en el país para visitarme los domingos y visitar también a Celeste, de
               quien se había hecho muy buen amigo en los últimos días. Ya eran buenos
               amigos antes, pero a raíz de que Luis Eduardo partiría pronto, se habían hecho
               casi tan buenos amigos como lo éramos él y yo.


               El hombre de Australia ofreció cuarenta y cinco dólares. Y por varios días nadie
               mejoró su oferta. Celeste y Luis Eduardo investigaron todo cuanto pudieron
               respecto a Australia. Tenía mucho mar, lo cual era muy bueno. Y solo ahí había
               canguros, que eran unos animales que le gustaban mucho a Luis Eduardo. Y no
               había gorilas. Aprovechando los tiempos en que Carlos Alberto salía de la casa a

               jugar futbol con sus amigos, usaban su computadora y hacían estas
               investigaciones. Ponían la palabra Australia en una barrita de la esquina derecha
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