Page 49 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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de la pantalla y aparecían muchas líneas que hablaban del país. Es cierto que a la
mamá de Celeste, que se había quedado encargada de la casa, no le gustaba que
los muchachos husmearan en el cuarto de Carlos Alberto, pero se lo permitía
porque, en el fondo, disfrutaba mucho viéndolos juntos.
Luis Eduardo preparó sus maletas. Quedaban dos días para que se cerrara la
venta. Lamentaba no saber inglés, pero tal vez el señor que lo estaba comprando
le enseñaría. El señor se apellidaba Smith, y Luis Eduardo pensó que se oía
bonito. No tan bonito como Borrondo pero no creía que nadie en Australia se
apellidara Borrondo.
“No te hagas ilusiones, enano”, le espetó Carlos Alberto cuando fue a
preguntarle si alguien en otro país había ofrecido más por él. “No vas a ser su
hijo, vas a ser su esclavo. Además, es cierto que en Australia hay canguros y
koalas, pero también hay cientos de cocodrilos en las calles, y los tiburones te
brincan hasta en la tina del baño”. Luis Eduardo y Celeste corroboraron ese dato
al día siguiente, cuando Carlos Alberto se encontraba fuera. Les dio miedo.
También buscaron la definición de la palabra esclavo y se pusieron tristes como
nunca antes.
Ese último día se sentaron en el jardín, recargados en mí, pensando en qué
oportunidades tendría un niño de su tamaño, un niño cuya nariz toca la de su
perro mientras está de pie, contra un tiburón de cuatro metros como los que hay
en Australia. Eso sin contar que el señor Smith le diera de latigazos por no
obedecerlo. La tarde cayó y ambos dejaron escapar un par de lágrimas, pero
ninguno permitió que el otro lo notara. Luis Eduardo se despidió con un beso de
Celeste, luego de mí, y se metió a la casa. Se durmió soñando que un canguro lo
metía en su bolsa y lo llevaba brincando hasta las azules montañas australianas,
donde los koalas le contaban cuentos y las estrellas estaban tan cerquita que las
podía tocar con la mano.
A las once de la mañana, Luis Eduardo se presentó en la habitación de su
hermano. Tenía puestas sus únicas botas y sus mejores pantalones cortos.
También llevaba un sombrero de vaquero y un cuchillo que había tomado de la
cocina porque había visto imágenes de gente australiana que se vestía así para
luchar con los reptiles. Carlos Alberto se había acostado tarde por estar jugando
a la guerra en internet y aún no se levantaba cuando su hermano entró en su
cuarto. Luis Eduardo tuvo que zarandearlo para que despertara.