Page 57 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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no estaba dispuesta a irse a casa sin averiguarlo.


               —¡Eah! —llamó, ahuecando las manos como un megáfono.


               El niño no dio señal de escucharla. Con la mirada vacía, parecía perdido en el
               gorjeo y los saltos de los pájaros verdes y azules entre las tupidas ramas que lo
               rodeaban.


               —¡Hey, tú! ¡Allá arriba! ¡Hola!


               El niño parpadeó un par de veces y bajó la mirada. Sus ojos eran muy rasgados,
               como los de las personas del lejano oriente, y Caterina estaba comenzando a
               preguntarse si hablaría español cuando el niño contestó:


               —¡Hola!


               Agitaba la mano como un explorador del polo norte que hacía mucho tiempo no
               hubiera visto otro ser humano. Y antes de que Caterina acertara a formular una
               de las muchas preguntas que le rondaban por la cabeza, el niño preguntó
               educadamente:


               —¿Este árbol es tuyo?


               El niño no había sonreído ni un pelo en ningún momento. Caterina estaba un
               poco celosa de no ser ella la jinete de las ramas, quizá por eso dijo con un
               inesperado tono de severidad:


               —¡Por supuesto que es mío! Y es de muy mala educación trepar a un árbol
               ajeno. ¿Cómo llegaste hasta allá?


               Alarmado, el niño apuntó a un lugar ocho árboles más lejos. Caterina adivinó de
               inmediato la ruta de ascenso como si el camino de salida de un laberinto hubiera
               sido resaltado con luz amarilla. El árbol lejano tenía ramas muy bajas que casi
               llegaban al suelo, podía empezar trepando unos cuantos metros y desde ahí pasar
               a una rama cercana del árbol vecino, luego izarse con los brazos dos pisos más y
               pasar al siguiente árbol, y así sucesivamente hasta alcanzar la posición del niño.
               No era un camino evidente más que para un buen trepador, y Caterina era una
               excelente trepadora.


               Dejó su mochila en el suelo y emprendió la escalada.
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