Page 60 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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El niño permaneció serio por un instante, luego sonrió también. Lo hizo de una

               manera tan exagerada y poco natural que Caterina pensó que bien podría ser la
               primera vez que lo hacía en su vida. Sus dientes parecían muy afilados.

               —¿Y bueno...? —inquirió de pronto ella.


               —Y bueno ¿qué?


               —¿Y tú cómo te llamas?


               —¿Por qué quieres saberlo? ¿Piensas decirle a la policía que me subí a tu árbol
               sin permiso?


               ¿Se habría escapado este niño de su casa? ¿Estaría ocultando su identidad para
               huir de la mafia?


               —No voy a llamar ningún policía. Yo te dije mi nombre. Soy Caterina. Ahora tú
               tienes que decirme el tuyo, así funcionan las cosas.


               El niño bajó los hombros.


               —No puedo decírtelo.

               Caterina no podía creerlo. ¿Quién se creía ese para negarse a decirle cómo se

               llamaba? Ni que fuera un marqués de nombre exclusivo.

               —Mira que si no me dices te cancelo todos los permisos y te mando echar de mi

               árbol, sin escalas.

               Las cejas del niño se arquearon en una mueca de angustia. Entonces cerró los
               ojos y se concentró con todas sus fuerzas. Era evidente que estaba haciendo un

               esfuerzo enorme. Volvió a abrirlos, derrotado, y suspiró.

               —No es tan fácil como crees.


               Caterina se acordó de una tía que había perdido por completo la memoria. Pero
               ¿cómo se llamaba aquel trastorno? De pronto se le iluminó el foco.


               —¿Es porque tienes amnistía y no puedes recordar nada, ni siquiera quién eres?


               —No es eso.
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