Page 70 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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de ojos rasgados repetía.


               —No. No. No. No sirve. Ya ha vuelto a cambiar.


               Incluso el perico, que gritó “¡Caterina!” en cuanto la tuvo delante, guardó
               silencio ante el niño, luego empezó a murmurar como si contara a toda velocidad
               números en voz baja y finalmente a echar espuma amarilla por el pico hasta que
               Ana decidió llevarlo al veterinario.


               Mientras cerraba la cortina metálica del Bazar, les dijo:


               —Podrías tener cara de Nicolás, ¿sabes? Tengo un sobrino que se llama Nicolás
               y se parece un poco a ti...


               —Ya lo probé una vez. Tampoco se quedó.


               —A lo mejor tiene que ser un raro nombre extranjero.


               —No es eso, pero gracias de todas formas.





               Se despidieron velozmente porque el perico tosía y tenía en verdad muy mal
               aspecto.


               En el parque, Caterina y el niño subieron al árbol.


               —Y, digo, ¿no podríamos simplemente robárselo a alguien? —propuso el niño.


               —No somos ladrones. Además, el nombre no sería tuyo, tuyo.


               —¿Entonces no podríamos comprar uno?


               Caterina había escuchado que cierta gente compraba títulos aristocráticos, o
               mucho tiempo atrás, algunos esclavos venidos a más compraban un nombre para
               ser libres, pero nunca había oído que alguien comprara un nombre de pila.


               —Soy rico, seguramente puedo pagar uno muy bueno. —Le mostró su tesoro:
               cáscaras de huevo azules, botones, pequeños motores deschavetados de cajas de
               música.
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