Page 66 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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palabra.


               —¿Sí? —dijo, sin dejar de teclear a todo gas. Caterina vio que en su escritorio,
               en su silla, en su máquina de escribir y también en el collar de su camisa, podía
               leerse el mismo número: 001456.


               —¿Vienen a registrar a alguien?


               —En realidad solo necesitamos un nombre.


               —¿Un nombre?


               —Para él —dijo Caterina apuntando al niño.


               —Sí, ¡para mí! ¡Para mí! ¡Y entonces todos podrán acordarse de mi cumpleaños!


               Solo hasta ese momento las manos del hombre quedaron suspendidas sobre el
               aire, inmóviles.

               —Esto es de lo más irregular. Normalmente registramos bebés recién nacidos o

               de hasta seis meses. —Caterina sospechaba que su sorpresa no se debía tanto a la
               edad del niño como a su extraño aspecto y actitud—. Tendrán que hablar con el
               director en persona —expuso secamente. Se levantó de su silla y les pidió que lo
               siguieran de vuelta al elevador. El último botón era de color rojo, y estaba tan
               arriba que el hombre, alto de por sí, tuvo que ponerse de puntas para presionarlo.


               Al abrirse las puertas un sonido de gong (muy distinto al timbre que habían
               escuchado en el otro piso) retumbó de las bocinas del elevador. una puerta de
               cristal grabada con el número 0001 apareció ante ellos.


               El funcionario de los lentes tocó a la puerta. Del interior brotó una voz:


               —¿Asunto? ¿Motivo? ¿Problema?

               —Un acta y un registro, señor. De un niño de unos...


               —Ocho años —dijo Caterina. De un vistazo notó que el niño tampoco tenía idea
               de cuántos años tenía.


               —Adelante. Pase. Sea breve. —Se oyó la voz.
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