Page 99 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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Esa excusa fue lo único que alcanzó a pensar para poder salir de esa casa

               perfecta, no sin antes entregar al descuidado conejo en manos de Maribel.

               —Anda, deja los collares de Natalia.






               Las invitadas apenas habían cruzado la puerta principal —no sin antes haber
               hecho prometer a sus anfitrionas que ahora tendrían ellas que hacer la visita de
               cortesía—, cuando Maribel hizo que su hija se sentara en el sofá de la sala, justo
               frente a ella.


               —¿Le contaste a Emilia?


               —¿Qué, mamá? —contestó la niña mientras tomaba un pastelito de la mesa de
               centro.


               —No te hagas la tonta, Natalia. —Maribel le arrebató el bocadillo a su hija—.
               Sabes a qué me refiero.


               —No. No sé, mamá. —La niña realmente sonaba igual a alguien que pretende
               hacerse el desentendido.


               —Le pusiste a este conejo el nombre de tu hermano.


               —Pues sí —reconoció finalmente la pequeña.


               —Y lo pusiste encerrado en un corral de juguete.

               —Igual que a mi hermano.


               La señora Orozco sintió la urgente necesidad de ponerse de pie. Se llevó una
               mano a la frente. La cabeza comenzaba a dolerle.


               —Tu hermano está encerrado por su propio bien. Ya te lo he dicho más de mil
               veces.


               —Pero yo creo que está triste ahí —objetó Natalia mientras furtivamente tomaba
               ahora una galleta de chocolate y la ocultaba entre los pliegues de su falda.


               La señora Orozco respiró profundamente y se sentó de nuevo frente a su hija.
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